En la brecha

Nos estamos chocando contra un muro imposible de salvar ni por las mujeres ni por los hombres. Por nadie

Rosas blancas a los peatones como muestra de solidaridad EFE
Javier Rubio

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Como resulta imposible sustraerse a la jornada de exaltación feminista -mala suerte para bomberos y hospitalarios de San Juan de Dios, que se vayan buscando otra fecha-, no hay más remedio que echar el cuarto a espadas y dejar para otro momento la tormentita en el vaso por la comisaría policial del distrito Sur. Así que usted, amable lector, me va a permitir antes que nada que felicite muy encomiásticamente a Inma, Mercedes, Silvia, Laura, Marta, Emma y Zoila, con las que trabajo a diario, y que han experimentado o van a experimentar a lo largo del presente año la alegría de alumbrar una vida (o dos, como se ha dado el caso). Lo hago porque, se mire como se mire, los niños son una bendición y habrá que escribirlo tantas veces como sea necesario, incluso completando la frase: los niños son una bendición de Dios. Lo que no quiere decir, sensu contrario, que Dios no bendiga a las que libremente deciden no traer niños al mundo o presentan impedimento de cualquier tipo. Pero hemos llegado a la raíz de toda discusión en torno a la brecha salarial, el reparto de tareas en el hogar o la promoción laboral de las mujeres en un mundo laboral predominantemente masculino.

La ideología de género -la tabla de salvación a la que intenta aferrarse una izquierda desnortada en sus postulados ideológicos- va extendiendo la falaz idea de que es posible saltar por encima de las leyes biológicas que dictan, desde la cuna, quién tiene la facultad de concebir. Cuanto más sofisticación incluimos en ese debate, mayor es la frustración que acabamos creando. Sería bueno reconocerlo sin tapujos. De otro modo, nos estamos chocando contra un muro imposible de salvar ni por las mujeres ni por los hombres. Por nadie. Ese es el debate, como bien enfocaba ayer en estas mismas páginas Alejandro Macarrón: «El reto de nuestra sociedad es compaginar el cambio de papel de la mujer con la necesidad de tener hijos, y hacer que la natalidad no sea penalizada en la vida laboral de una mujer». Están en juego las pensiones del futuro.

Ahí está la brecha. La verdadera, abismal e insalvable brecha que distancia retribuciones, responsabilidades y tareas de hombres y mujeres. Al inscribir ese debate en otro más general como es el del suicidio demográfico de una sociedad tan pagada de sí misma que se permite el lujo de prescindir de la esperanza que suponen los hijos, la agenda que el movimiento feminista pone encima de la mesa queda convenientemente contextualizada y, por ende, adelgazada. Son cuestiones tan candentes y con tantos matices, que lo menos indicado es abordarlas con el trazo grueso que confiere la rabia acumulada por otras razones. Lo que necesitamos es una reflexión serena y profunda, justo lo contrario de la exaltada discusión a voz en grito que mantenemos estos días.

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