Bienal

Beni y su inolvidable noche, cuando llegó tarde y dijo que había sido porque se entretuvo en hablar con un canario

Paco de Lucía, en la Bienal de 2004 MILLÁN HERCE
Antonio García Barbeito

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Pedro Bacán, Paco de Lucía, Beni de Cádiz, Amós Rodríguez Rey, Manolito Mairena, Camarón, Mario Maya, Enrique Montoya, Sabicas, Chocolate, Farruco, Quique Paredes, Chano Lobato… No sigo. Me da miedo. Voces que fueron mascarón de proa en el oleaje de la noche flamenca; manos que encendieron la alambrada misteriosa de la guitarra; pies, manos y brazos que levantaron torres efímeras de magia y locura. La Bienal se me presenta de un año a otro, con un nombre, con dos, con veinte, y en el escenario de la ausencia cantan, tocan y bailan cada vez que se me viene. Noches interminables, hace treinta años, en la Torre de Don Fadrique, ratos inolvidables, antes del flamenco, después del flamenco, con Romualdo Molina, con algunos compañeros, con algunos artistas. La Bienal se me presenta, septembrina y eterna a veces, con uno, dos o tres escenarios en la misma noche, y me acuerdo de la soleá: «¿Dónde caerá lo cierto? / Belmonte torea en Jerez / y Joselito en El Puerto…»

Emergían las guitarras, Bacán, Franco… Emergía el baile de hombres y Mario se agigantaba. Personajes, tantos y tantos. Beni de Cádiz y su inolvidable noche en el Hotel Triana, cuando llegó tarde y dijo que todo había sido porque se entretuvo en hablar con un canario que estaba cantando, a la entrada del patio trianero, en una jaula. El monólogo que improvisó el Beni fue para pedirle por favor que llegara tarde todos los días. Conocí a un pintor francés, imponiéndose un aire Camborio con varita en la mano incluida, que se empeñaba en parecer gitano. Y conocí a una judía de origen yemení, que vivía en Tel Aviv, amiga de cantaores, bailaores y tocaores, que sabía de flamenco más que el que lo inventó. Mazal Zafri. ¿Qué fue de ti, queridísima Mazal? Me regaló una cinta impagable, «De Sevilla a Cádiz», de Lebrijano: «Este es uno de los mejores discos de flamenco.» Grabación de 1970 y las guitarras de Niño Ricardo y Paco de Lucía. Mazal sabía de lo que hablaba. Los escenarios de una y otra edición se me amontonan: Reales Alcázares —Camarón y Paco en el Patio de la Montería—, Hotel Triana, Cine Emperador, Lope de Vega, Torre de Don Fadrique… Y la memoria del cartel de Alberti —¿en el 88?—, y el ubicuo Pepe Triguero, en todo, en todos y en todas partes. Ha pasado el tiempo como un largo romance que fue quebrándose a veces por seguiriyas, alegrándose por cantiñas, filosofando por soleá, repicando a gloria en las guitarras o liándose en la tolvanera de una bata de cola que decide convertirse en huracán de raza o de casta. La Bienal y el tiempo, cuánta memoria, y cuánta ausencia. Tocad, cantad, danzad por la vida, flamencos.

antoniogbarbeito@gmail.com

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