PÁSALO

El Barça nos roba

Te dejan tan pocas salidas razonables que o te vas a las trincheras o renuevas el carné de vasallo

Felix Machuca

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Ni es casual ni esporádico que el club que preside el señor Castro haya sido tratado por Madrid de la forma tan ingrata y fullera como lo ha hecho. Ni tampoco es casual ni esporádica la forma en la que Madrid ha tratado, con ventaja, pleitesía y subordinación al Barcelona del Nuevo Campo. Les aseguro que no. Les aseguro, como que la tierra es redonda y achatada y la noche negra como el color de la suerte torcida, que esas cosas solo le pasan a los que sufren de impotencia. Y Sevilla, desde hace tiempo, necesita un urólogo experto en disfunción eréctil. La impotencia sevillana es absolutamente memorable. Y lo que le acaba de pasar al Sevilla FC no es ni más ni menos que una consecuencia de lo que les hablo. Un rasgo más de su enfermedad. A esta ciudad la ningunean no solo sobre la cabeza de los clubes de la ciudad. La tratan con sobresaliente desdén en muchos otros aspectos de su existencia. Ni somos lo que fuimos. Ni volveremos a ser lo que soñamos. Pese a que una institución como la de Nervión haya sido valorada y galardonada por su prodigiosa década por la jerarquía del futbol mundial y reconocida su dimensión empresarial por los popes de la cosa en la comunidad. A la hora de llevarnos lo que nos toca, como medien intereses de los diferentes establishment que gobiernan la nación, nos quedamos sin segunda línea de metro, sin fondos para restaurar el Bellas Artes o el Arqueológico, sin un presupuesto constante para una nueva circunvalación que, si la necesitara Bilbao o Barcelona, les aseguro que ya llevaría años inaugurada. Somos el hotel y la coctelera de España. Los rumberos del nonaino. La finca con encanto y con un color especial. Somos la guitarra cuando lo que deberíamos ser es el grito.

¿Quién se atreve a pensar que lo que le acaban de hacer al Sevilla FC es posible hacérselo al Madrid, al Barcelona o al Bilbao? Sufrimos la impotencia de nuestro raquítico peso político en una España que se pone de rodillas ante los lazos amarillos y las boinas manchadas de sangre. Es la pura realidad. No les exagero en absoluto. A las voces más radicales que han dado un golpe de Estado y anuncian otro para octubre, le premian su deslealtad con nuevas transfusiones de euros para que sigan pensando que son, como el equipo de fútbol que los representa, más que un club, más que una comunidad. Una medida tan ominosa, desvergonzada y adúltera como la que ha firmado el tal Rubiales es tan obscena que solo puede explicarse desde la orfandad de esta puta ciudad. Desde la impotencia política que venimos padeciendo por nuestro vasallaje de cocteleros, rumberos y pagafantas vestidos de agradaores. Que te manden a África a jugar un partido de Supercopa porque el club que sonríe cuando ve en sus gradas que se le silba al Rey, se burrea al himno y permite las pancartas en las que se asegura que Cataluña no es España, por la poderosa razón de que tienen un bolo con intereses económicos y televisivos en EE.UU; cuando todo eso se consiente justificando un abuso medieval te dan muy pocas opciones para ser razonable. O te vas a las trincheras o renuevas el carné de vasallo. Vasallos subordinados a lo que diga mi mujer. Y aquí la mujer que mira por Madrid, por Barcelona o por Bilbao, bien desde la Federación, desde la Liga, desde el sindicato de futbolistas o desde cualquier ministerio o gran consejo de administración, siempre dice lo mismo. Lo que nos toca, se lo llevan. Lo tienen fácil. En vez de chillar, cantamos. En vez de ponerlos sobre la mesa los servimos a la flamenca. Y la política, tan presente y alerta siempre en esos ámbitos de poder que señalamos, aquí enmudece, no sea que se cabreen los hermanos orientales. Por las que hilan iba a ocurrir eso donde ya saben. Lo más bonito de todo esto es que, el club que la lía y la forma, ese club que nos roba una final por su siciliana influencia, se queda al margen de la pelea. Tiran la piedra, esconden la mano y dejan que su cacique en la federación insulte y menosprecie al Sevilla. Esa es España. Esa es nuestra impotencia. Esa es la realidad de una ciudad y de una comunidad que paga a sus políticos para que no comparezcan cuando las papas queman. Pero que se vuelven locos recibiendo al equipo triunfante para la foto feliz de portada…

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