LA TRIBU

Los años

Nos pesa el arenal de los años, y el Rocío del ánimo, y las caminatas de los achaques

Entrada de la Hermandad Matriz de Almonte en la aldea del Rocío ALBERTO DÍAZ
Antonio García Barbeito

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Nos encontrábamos con algún amigo y lo invitábamos a que se uniera al grupo, para ir a despedir la hermandad —«Me despedí en la Verea / con pena y con desconsuelo…»—, o para ir andando, a su paso, hasta tres o cuatro kilómetros más allá del pueblo, y el amigo nos decía que ya no estaba para esos trotes, y le respondíamos que era un comodón, que se viniera, que se iba a alegrar, y él seguía en sus trece: «No, yo ya no estoy para ese jaleo. Cuando tengáis los años que tengo yo, lo entenderéis…» A lo mejor un año se vino porque hubo la oportunidad de un coche o de un charré, pero la caminata que unos años atrás había cubierto cantando, riendo y bebiendo, ahora no le apetecía cubrirla de cualquier manera: «Y menos con el solazo que hace, y yo sin sombrero, que puedo coger una insolación…»

Rociero como el primero, muchos sábados del Rocío, en la aldea, lo vimos cruzar el pesado arenal, con más de sesenta años encima, en busca de la casa de un amigo, y se pasaba una hora caminando como si tal cosa. Es más, un año que nos cruzamos con él, le ofrecimos que subiera al carro que llevábamos, y dijo que no, que prefería ir dando un paseo. Andando hacía la presentación con nuestra hermandad, a eso del mediodía; andando iba de la ermita a la casa-hermandad; andando volvía a la ermita para ver otras presentaciones y andando se recorría medio Rocío. Pero aquel año que lo invitamos a que se viniera con nosotros al Rocío, que iríamos —sin carro, es la verdad— a visitar la casa de un amigo, trescientos o cuatrocientos metros de caminata, nos lo dijo muy claro: «Yo ya no estoy para este jaleo; y menos sin vehículo en el que moverme; el arenal me pesa como si fuera amontonándolo con los pies, como una asnilla…» Han pasado los años. Nos pesan dos pasos en el arenal. Las casas de los amigos parece que estuvieran tres o cuatro veces más lejos de lo que estaban entonces; ir de la casa-hermandad a la ermita es ya una aventura poco apetecida, y miramos a ver si pasa un conocido en su carro y nos acerca; no podemos beber lo que bebíamos sin miramiento; ni comer todo lo que nos pusieran por delante; ni bailar; ni tenemos tantas ganas de cantar; ni de contar las mellas que, por cualquier problema, el Rocío ha ido dejando entre los amigos habituales. Me acuerdo de aquella letra de sevillana del pueblo: «Tú, que tienes esa suerte / de poder pisar romero, / y oler a menta y a pino, / sácale gracia del cielo / a las cosas del camino…» Porque «nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.» Nos pesa el arenal de los años, y el Rocío del ánimo, y las caminatas de los achaques. Ahora lo entendemos, amigo.

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