Agosto negro

Agosto noche ha descubierto ese subsuelo que no queremos ver, ese infierno poblado por las bandas que hemos importado

Francisco Robles

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Agosto era sinónimo de luz, de playas abiertas al tiempo sin horizontes, o al horizonte que ignora el bajonazo del tiempo. Agosto era la laxitud suprema, el dolce far niente, la espuma de la vida leve que no dejaba huellas en las noticias de los periódicos. Agosto era la siesta sin más límite que la longitud del libro que tenías en las manos, cuando creías que con ellas podrías conducir tu vida hacia el lugar donde habitaba el deseo.

Este año le han dado la vuelta del revés, y agosto se ha vestido con los ropajes tétricos de la muerte y la mordaza, con la violencia de una paliza que se ha llevado por delante a un joyero que contaba las horas que le quedaban para irse de vacaciones. Al hilo de esa muerte despiadada y brutal, agosto se ha roto en los cristales de esos escaparates que han caído víctimas del alunizaje. Ya no se estila el robo fino del carterista que se llevaba el dinero sin que lo notara nadie. Ahora todo es tan grosero como la paliza brutal y mortal, como esa forma de empotrar un coche contra un escaparate de la forma más bestia que se pueda.

Agosto noche ha descubierto ese subsuelo que no queremos ver, ese infierno poblado por las bandas que hemos importado, y que solo saben hacer aquello para lo que fueron educados sus integrantes. Decir esto no es políticamente correcto, pero España ha importado una serie de ladrones y criminales que no saben hacer otra cosa. Vienen de guerras civiles o tribales, y el robo con fuerza, incluso el asesinato a sangre fría, es una forma como otra cualquiera de conseguir sus objetivos. Nadie quiere ver ese peligro, pero está ahí. Mejor dicho: está aquí. En Carmona, en los Alcores, en Nervión Plaza…

Está muy bien la crónica veraniega con el famoseo en el paraíso marbellí o en la locura ibicenca, pero el agosto de los que hacen el idem con la delincuencia está ganando enteros. Los malos se aprovechan de la debilidad de los buenos. Los malos no descansan nunca, no se van con la familia a la playa. Ellos van a lo suyo, o sea, a quitarnos lo nuestro. La bolsa o la vida. Lo que haga falta.

Ahora añoramos el agosto del aburrimiento y la placidez. Ahora, cuando nos asomamos a ese abismo de la crueldad que no tiene nombre no límites. Los políticos, como casi siempre, miran para otro lado y se dedican a colocar a sus amigos, a sus hermanos o a la parienta. Los otros, para no ser menos, emplean la guardia vacacional criticando lo mismo que hacen cuando tienen el poder.

Mientras los dirigentes van a lo suyo, el currito aprovecha estos días para exprimir el zumo ansiado del tiempo libre. Y lee las noticias con esa mezcla de miedo y morbo que se deshace cuando llega la hora del chiringuito. Tampoco es plan de amargarse la vida en los ratos que tiene para vivirla. De eso ya se encargan los problemas que vienen solos, como acompañados llegan los integrantes de esas bandas que han convertido la luz de agosto en la sombría amenaza de la muerte.

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