EL ÁNGULO OSCURO

La era del Acuario

Nada tan sórdido como esa perfidia disfrazada de exhibicionismo sentimental que utiliza la desdicha del prójimo para su encumbramiento mesiánico

Juan Manuel de Prada

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Cierto panfilismo new age pretende que se halla próximo el advenimiento de una era de paz y solidaridad, en la que todos los problemas sociales se resolverán de forma justa y equitativa y se operará un cambio o birlibirloque antropológico, que impulsará a los hombres a renegar de sus antiguos egoísmos y rapacidades para fundirse en un armónico hermanamiento universal. Todas estas ensoñaciones no son sino variantes cretinas y diarreicas de aquel mesianismo secularizado que proclamó Kant en su opúsculo La paz perpetua, donde afirmaba (risum teneatis) que «el género humano progresa constantemente hacia lo mejor».

Sin necesidad de leer a Kant (¿para qué va a hacerlo, pudiendo tunearse el currículum?), el doctor Pedro Sánchez se apunta a este mesianismo diarreico. Ha descubierto que en un mundo sin caridad cualquier gesto o aspaviento cosmético puede deslumbrar a las masas cretinizadas y encumbrar al aspaventero como un campeón de esa nueva era regida por el signo de Acuario. Y, con la misma desfachatez con que se tunea el currículum, el doctor Sánchez ha decidido aparecer ante el mundo como mesías compasivo, acogiendo a los seiscientos inmigrantes del barco Aquarius, que no encontraba puerto donde atracar. Naturalmente, lo ha hecho de la forma más sórdidamente exhibicionista, para sacar tajada de su aspaviento ante las masas cretinizadas, en chirriante burla de lo que Cristo predicó en el Sermón de la Montaña: «Estad atentos a no hacer vuestra justicia delante de los hombres para que os vean». En realidad, lo que el doctor Sánchez ha hecho es exactamente lo mismo que hacen los futbolistas millonarios y otros midas del dinero rápido, que una vez al año se fotografían con niños enfermitos en los hospitales, para que las cámaras pregonen su aspaviento.

Nos enseñaba Chesterton que el mundo moderno estaba invadido por las viejas virtudes cristianas que se habían vuelto locas. Mucha gente ha puesto el grito en cielo ante el aspaviento del doctor Sánchez, aduciendo que incitará a emprender la misma ruta a otros muchos miles de inmigrantes, que acabarán por invadirnos. Según esta tesis, el doctor Sánchez habría obrado como la protagonista de aquella película de Luis Buñuel, Viridiana, que se dedicaba a acoger en su casa a mendigos y vagabundos, sin percatarse de que sus nuevos inquilinos, fingiéndose buenecitos, aspiraban a hacerse los dueños de la casa, para saquear su despensa, perpetrar todo tipo de estropicios y expulsar, en fin, a su anfitriona. Pero esta caridad loca de Viridiana no es la misma que la del doctor Sánchez: en Viridiana hay impremeditación y activismo desnortado; en el doctor Sánchez sólo hay cálculo y ostentación farisaica, oportunismo y perfidia, ansia de encumbramiento a costa del dolor ajeno, utilización sórdida de la desgracia ajena en beneficio de su imagen cosmética. Si todavía hubiese un periodista en la tierra, se dedicaría a averiguar el destino de los seiscientos inmigrantes llegados a Valencia a bordo del Aquarius, una vez recogidas las cámaras; y descubriría cómo serán abandonados a su suerte y arrastrarán una existencia indigna de escombros humanos o vestigios de una fiesta que, cuando se apagan las luces, cobran un aspecto indecoroso que conviene esconder.

No hay nada tan sórdido como esa perfidia disfrazada de exhibicionismo sentimental que utiliza la desdicha del prójimo para su encumbramiento mesiánico. Pero las masas cretinizadas la aplauden, pues les suministra la ocasión de derramar alguna lagrimilla y sentirse solidarias, mientras esperan el advenimiento de la Era de Acuario.

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