Abogado del diablo

La grandeza de nuestro sistema de garantías es que requiere a personas capaces de sumergirse en las alcantarillas de la ética

Ana Julia Quezada consuela a Ángel Cruz ABC
Manuel Contreras

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Me veo trabajando echando alquitrán en verano y recogiendo redes de madrugada en un pesquero en invierno. Cargando sacos en una obra o abriendo surcos en el campo. Atendiendo de cara al público o encerrado en un almacén. Estresado en un periódico -esto no necesito imaginármelo- o aburrido en una oficina administrativa. Considero que tengo ductilidad y resiliencia para afrontar profesiones de índole muy diversa. Pero hay un trabajo que no podría desempeñar: el de abogado. Intento ponerme en la piel del letrado que va a defender a la asesina confesa del pequeño Gabriel y me considero sencillamente incapaz. Me imagino sentado frente a ella en una habitación de la comisaría con el reto de sostenerle la mirada, de escuchar su relato, de preguntar detalles del asesinato y estudiar sus gestos para intentar deducir la credibilidad de sus palabras. Tendría que planificar una estrategia, escudriñar los recovecos legales para intentar que pasase el menor tiempo posible en la cárcel. Estaría obligado a darle consejos, no vayas a decir esto, niega este dato porque no lo pueden demostrar, cuando te pregunten lo otro di que no te acuerdas. Es probable que la práctica profesional convierta este proceso en una concatenación de pasos rutinarios que se afrontan mecánicamente, con una frialdad aséptica. Pero supongo que en algún momento, quizás al concluir el juicio si la estrategia ha salido bien, la asesina tendería la mano para despedirse, y estoy seguro de que toda la equidad profesional se derrumbaría al ver extendida, amigable y feliz, la mano que asfixió a un crío inocente de ocho años.

No se trata de juzgar la moralidad de los abogados; hasta el asesino más abyecto tiene derecho a un juicio imparcial y ser defendido en el mismo. Alguien tiene que ocuparse de ello, igual que estos asesinos son atendidos por médicos si se ponen enfermos. La grandeza de nuestro sistema de garantías es que requiere a personas capaces de sumergirse en las alcantarillas de la ética igual que los operarios de Lipasam se introducen en los vertederos para ordenar la basura. El trabajo del abogado que va a defender a Ana Julia quizás sea tan admirable como el de Juanjo, el buzo de la Guardia Civil que buscó el cuerpo de Gabriel en aguas fecales: ambos deben superar la repugnancia y sumergirse en mierda con tal de que el sistema funcione. Simplemente constato, sin que ello presuponga valor moral alguno, mi incapacidad para estar a la altura de ese trabajo. Puestos a tragar mierda, quizás podría llegar a ponerme el mono de Juanjo, pero no me veo con fuerzas ni estómago para vestir la corbata del abogado de Ana Julia, del Chicle o de Bretón. Afortunadamente otras personas están capacitados para ello y eso permite que nuestro Estado de derecho funcione. La mejor forma de vengar la injusta muerte de Gabriel es aplicar justicia a su asesina, y ello incluye la figura de la defensa. Un letrado que haga, nunca mejor dicho, de abogado del diablo.

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