Juan Casa Carbajo

En torno al consumismo

Aristóteles señala una serie de virtudes con sus vicios por exceso y por defecto

Aristóteles en su Ética dedicada a su hijo Nicómaco, señala una serie de virtudes con sus vicios por exceso y por defecto, entre ellas la valentía, que es el término medio entre dos vicios por exceso y por defecto que son, respectivamente la temeridad y la cobardía. Lo mismo se puede decir de la austeridad que es el término medio entre el derroche y la avaricia. Él lo formuló diciendo que en el medio de dos vicios está la virtud.

La avaricia consiste en privarse de todo con tal de acumular dinero, aunque el avaro se prive de las necesidades más elementales de la vida, tales como el comer o el vestido. El derroche es todo lo contrario; es el consumir por consumir; el comprar cosas que son innecesarias, simplemente por el afán de tener, o porque el vecino las tenga.

Hoy se habla mucho del estado de bienestar y nuestros supermercados y grandes superficies están llenos de productos, a cual más apetitosos y atractivos y que nos los presentan de una forma tan bonita que, aunque no tengamos necesidad de ellos nos invita a adquirirlos, con lo cual muchas de las cosas que compramos no son de verdadera necesidad e incluso pueden ser perjudiciales para la educación de nuestros hijos.

Estoy convencido de que si la escasez es mala, la abundancia puede llegar a ser peor, y es que partiendo de un mínimo de necesidades básicas, que deben estar cubiertas, y de algunos pequeños y esporádicos caprichos, la mayoría de las cosas que adquirimos no son necesarias. A Sócrates, Alcibíades le regaló una extensa parcela de terreno para que se construyera una casa, pero el filósofo solamente aceptó el terreno necesario para la construcción de la vivienda. Ante la extrañeza del amigo, Sócrates le contestó así: si yo tuviera necesidad de zapatos, ¿me darías todo un cuero para que me los hiciese?

Como este artículo está dirigido, fundamentalmente, a los padres, con vistas a la educación de sus hijos, comenzamos hablando de cómo actuar con éstos ante algo tan cotidiano y familiar como son la comida y los juguetes, entendiendo por juguete todo aquello con lo que un niño o una niña pueden jugar. Insisto, en que una familia debe disponer de los recursos necesarios para poder alimentar y vestir a sus hijos de una forma digna; nadie debe pasar hambre ni tener necesidades de techo y vestido. Pero de ahí a que el niño se empeñe en comer por fuerza un determinado alimento, por el mero hecho de que esté de moda o porque se está promocionando en la televisión o porque diga que no le gustan los garbanzos o las alubias blancas, por poner ejemplos reales observados en el ejercicio de mi profesión, va un abismo. Los padres no deben consentir que su hijo o hija les diga que no les gusta tal o cual cosa; esto se puede evitar acostumbrándolos a comer de todo desde pequeños.

Cuando un niño de entre tres y seis años se niega a comer un determinado alimento alegando que no le gusta, lo que en realidad ocurre es que no tiene hambre y, salvo que esté enfermo, de lo que hay que cerciorarse, los padres no deben ofrecerle ningún otro más apetecible o más ligero de comer, como dulces, natillas o cualquier otra golosina. Si hacen esto lo que en realidad han conseguido es enseñar a su hijo o hija una estrategia perfecta para conseguir comer lo que en cada momento les apetezca.

Lo que habría que hacer en estos casos, es muy simple. Sin enfadarse y de la forma más natural posible, decirle que bien, que si no le gusta que no se preocupe, que no lo coma, pero que sepa que no va a poder comer hasta la próxima hora de comida y, que entonces comerá lo que se halla preparado para aquel momento (nunca lo que no quiso en la comida anterior). Si esto se le hace una o dos veces, ese niño no volverá a decir que no le gusta una cosa, porque ha aprendido que esa estrategia no le ha servido para nada. Lo mismo se puede hacer con niños de más edad.

Otro tanto ocurre con los juguetes y con la ropa. Por supuesto que los niños necesitan vestirse y tener algo con qué jugar, pero en lo referente a la ropa, ha de ser aquella que los padres les puedan comprar en cada momento, no la de marca que los niños de hoy, con frecuencia, les exigen. Unos padres no deben nunca contraer deudas para satisfacer los caprichos de los niños; las deudas son para cuando exista alguna necesidad real de la familia.

Los juguetes que se le compren, han de ser apropiados para cada edad, y por supuesto uno o dos como mucho, ya que si los niños se acostumbran a tener de todo, no apreciarán nada. Conozco casos reales, y muy próximos, de niños que los tres primeros regalos los abren con ilusión; pero que a partir del cuarto, ya ni los miran.

He conocido, también, casos de padres preocupados por la falta de interés y motivación de sus hijos. No les ilusiona nada, no saben qué hacer para motivarlos a estudiar, pero en cuanto se indaga un poquito, se descubre que el niño o la niña tienen de todo: televisión en su cuarto, equipo de música, motocicleta, hasta teléfono portátil, así que qué le va a motivar a la criaturita si no carece de nada y, además lo ha adquirido sin esfuerzo alguno. Por lo que no debe extrañarle a muchos padres que sus hijos no tengan motivación para el estudio y no sepan qué hacer para motivarlos. Ya lo han hecho, lo que ocurre es que se lo han dado todo de una vez, con tanta abundancia y sin venir a cuento que ya no les motiva nada y, lo que es peor, no valoran lo que tienen.

Hay que acostumbrar a los niños a que todas las cosas no se pueden tener al momento, y que para conseguirlas es necesario realizar algún esfuerzo por su parte. ¿Qué será de esos niños acostumbrados a que sus padres les den todos sus caprichos, el día que le falten, o que simplemente no se los puedan dar? Ese niño, lo más probable es que caiga en un estado depresivo y de dependencia que lo puede exponer a caer en manos de cualquier desaprensivo que se pueda aprovechar de él de una manera o de otra.

A los niños hay que acostumbrarlos a que aprendan a superar obstáculos; no es que haya que ponerles zancadillas a cada momento, pero sí acostumbrarlos a que las cosas hay que adquirirlas poco a poco y cuando hayan hecho algo para merecerlas. Un niño no se frustra porque no consiga lo que desea en un momento determinado; puede llorar, patalear, amenazar, pero no frustrarse, sino todo lo contrario aprenderá a esperar el momento oportuno y, además, puede que el lloro le beneficie desde un punto de vista físico, ya que puede fortalecer sus pulmones. Por otra parte los niños tienen mucha capacidad de adaptación a las distintas circunstancias que se les van presentando.

Para llevar a cabo este tipo de educación, que es más incómoda que ceder al capricho del niño, los padres han de estar de acuerdo en todo y, aunque discrepen en algún caso que lo discutan después a solas, pero que el hijo jamás se dé cuenta de que sus padres piensan de forma distinta, ya que esa sería su mejor arma para conseguir todo lo que quiera.

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