Yolanda Vallejo - OPINIÓN

La seducción

Estos nuevos lenguajes no vienen para vencer, ni para convencer, sino para seducir al electorado

Yolanda Vallejo
CÁDIZ Actualizado: Guardar
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Reconozco que me fascinan los nuevos lenguajes de la política o los lenguajes de la nueva política, o como lo prefiera formular usted. Acostumbrados a la pobreza y a la zafiedad lingüística que exhibían los gobiernos del siglo XX y que tanto distaban de aquella oratoria florida y certera, que según nos contaron, lucían los políticos románticos, lo de ahora me parece prodigioso. Y eso que las referencias que se manejan no se encuentran en el canon literario; no se cita ya a Machado, ni a Calderón, ni a Cervantes siquiera, sino que las fuentes emanan de Netflix o, como mucho, de algún bestseller leído después de haber pasado por el filtro de la gran pantalla. Ya lo sabe, ‘Juego de Tronos’ y cosas por el estilo.

Aún así, el empleo de nuevos usos del lenguaje en la política, me parece uno de los grandes logros de la emergencia –de la cosa emergente, entiéndame. Superados los brotes verdes de Zapatero, y aquel abuso del eufemismo para no reconocer que se nos iba a pique el ‘Titanic’, el catequista Iglesias y sus catecúmenos han demostrado que asistieron a clase –y que la aprovecharon- el día que explicaban las características del lenguaje poético.

Y es que la riqueza de nuestra lengua da para mucho. Está el lenguaje jurídico-administrativo, ese en el que nos movemos a tientas y que nos acerca más a Groucho –la parte contratante de la primera parte– que a la ventanilla única; está el lenguaje científico-técnico, que es el que usan los médicos cuando el paciente llega a la consulta con su propio diagnóstico y tratamiento debajo del brazo; están, además, el lenguaje publicitario, el periodístico, y está el lenguaje literario, que se entiende como la forma más depurada, más estilizada de usar nuestra lengua.

De todos los usos, el literario es el más intencionado, ya lo sabe, porque su pretensión última es impresionar la imaginación, la inteligencia o la memoria del receptor mediante una serie de sensaciones provocadas de manera consciente. Porque no se utiliza para comunicar, no. Es un mensaje que no se dirige a un destinatario concreto –receptor universal, se llama– ni a un tiempo concreto, si no que su trascendencia va hasta el infinito y más allá, que diría Buzz Lightyear.

Los chicos–y las chicas– de Pablo Iglesias conocen a la perfección el código literario. Y eso, me encanta. Porque no es lo mismo leer un tuit de Mariano Rajoy diciendo que un plato es un plato –momentazo Cantajuegos– que rendirse a los 140 caracteres de Irene Montero «Seducir es ternura con los de abajo y dientes afilados con los de arriba». Ahí está. La seducción, que decía Errejón, el lenguaje poético llevado a la palestra política.

Estos nuevos lenguajes no vienen para vencer, ni para convencer, sino para seducir al electorado. Porque seducir según el DRAE es «atraer o persuadir a alguien hasta rendir su voluntad». Menos mal que en el lenguaje poético se trabaja el sentido figurado, porque lo de rendir voluntades no suena demasiado bien en los tiempos que corren, pero me da igual. Nuestro alcalde también asistió a clase el día que explicaron la retórica. No hace falta que vuelva a repetirle cuanto me gusta cómo escribe este alcalde; lo que escribe me gusta menos, la verdad, pero no creo que, en el fondo, ni a él ni a mí nos importe demasiado. Recibo sus cartas con el ansía del hambriento porque el juego de la seducción se hace carne en sus misivas. Y progresa más que adecuadamente, por cierto. Porque si, en las primeras epístolas, se movía con la torpeza adolescente de Danceny –‘Las amistades peligrosas’, que no falten, por favor–, en esta última se lanza a lo Valmont, justificando en la forma lo injustificable en el fondo.

Si no tuvo el gusto de leerla, le pondré en situación. Nuestro alcalde ha recibido una notificación de una multa. Los hechos por los que se le imputa la sanción, pueden ser –o no– discutibles, pero lo que es absolutamente indiscutible es el manejo de los tiempos y los espacios de la misiva. La casa de sus padres, el momento tenso en el que abre el buzón, el dramático flashback con el que recuerda una situación vivida anteriormente, la descripción pastoril del escenario donde transcurren los hechos «las gradas estaban llenas y decenas de miles de corazones cadistas latían con la esperanza a flor de piel, pero sin todavía querer hablar de la posibilidad del ascenso, sólo creyendo en él secretamente para no dar vahío»… Y el manejo perfecto del lenguaje literario.

Diría que es la contención de sentimientos la que caracteriza al texto, si tuviésemos que hacer un comentario académico al mismo. Una contención que le lleva, irremediablemente a la hipérbole o exageración y a confundir –fruto de su febril pulsión epistolar–los conceptos. Le pondré un ejemplo, sólo uno, «difícilmente puedo separar al aficionado, al vecino, al ciudadano, de mi desempeño como alcalde. Creo que es normal, necesario y deseable que alguien que asume la responsabilidad que ocupo sea alcalde las 24 horas», ¿en el estadio no separa al alcalde del vecino y en las procesiones sí?

A veces, el juego de la seducción tiene estas cosas. Que la pasión termina por nublar el razonamiento. El lenguaje poético no sirve para todo, qué le vamos a hacer.

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