OPINIÓN

Los Reyes no son los padres

La fiesta de Reyes prolonga en España la Navidad, que en otros lugares se cierra pasada la fiesta principal, y la palabra cierre resulta literal en el Reino Unido

Julio Malo

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Recuerdo una antigua coplilla popular: «Si tu padre quiere un rey, la baraja tiene cuatro». La cantaba Elisa Serna en medio de las revueltas universitarias en torno al año 1968, tal vez por su letra proto republicana. Creo que en España no existe apego popular a la realeza, al modo de esa Inglaterra que el profesor González Casanova tipifica como «república coronada» en su conocido opúsculo ‘¿Qué es la República?’ (La Gaya Ciencia, 1976), y sobre la cual sostenía Antonio Miranda: «si allí se produjera una revolución socialista, nombrarían a la reina presidenta del soviet supremo».

Cosa bien diferente son nuestros espléndidos Reyes Magos, por más que fueran coronados por la Iglesia siglos después del relato contenido en el Evangelio de Mateo, el cual habla de unos magos llegados del oriente siguiendo una estrella que les condujo al lugar donde acababa de nacer Jesús de Nazaret, para los católicos encarnación de Dios, y para los estudiosos no creyentes, uno de los pensadores más relevantes de la humanidad, quien renueva las doctrinas judaicas, introduciendo la idea del perdón y de la solidaridad entre todos los hombres y todas las mujeres.

La muy castiza costumbre española de los regalos de Reyes Magos coincide con la celebración litúrgica católica de la Epifanía que conmemora cada 6 de enero el pasaje evangélico de la adoración de los Magos, y resiste a la costumbre más generalizada en el resto del mundo, protagonizada por un personaje que parece proceder de antiguas tradiciones celtas y de otros pueblos del norte de Europa. Tal vez un venerable druida cuya imagen actual aparece en los anuncios navideños de la Coca Cola, pues en el siglo XIX se le representaba con ropajes verdes ribeteados de armiño, y ya a principios del XX se introduce el color corporativo del popular refresco que contenía clorhidrato de cocaína hasta la prohibición del uso de esa sustancia por los Estados Unidos en 1914

La fiesta de Reyes prolonga en España la Navidad, que en otros lugares se cierra pasada la fiesta principal, y la palabra cierre resulta literal en el Reino Unido, nunca he visto a Londres, la gran Babilona del festín navideño, más cerrada y apagada que un 26 de diciembre, conocido como Boxing Day, nunca laborable; ya el 27 se desmonta el exorno de Pascua y comienzan las feroces rebajas.

Las fiestas navideñas siempre nos devuelven la infancia, patria de todo hombre y toda mujer, según la acertada idea del poeta checo Rilke, sobre todo para quienes cultivamos con orgullo el culto a Guillermo Brown, ese pequeño anarquista y capitán de los proscritos, cuyas peripecias narró una profesora inglesa llamada Richmal Crompton; unas apasionantes historias para los niños de mi tiempo, cuya lectura aún resulta muy recomendable a mayorzotes de espíritu soñador.

Desde luego, si fuese maestro de niños propondría a mis discípulos que leyeran una aventura de Guillermo cada día. Recuerdo que siendo pequeño, a nuestra particular panda de chavales libres e irresponsables, adicta a las lecturas de Guillermo y también a las de Tintín, otro entrañable aventurero, llegó una historia desmitificadora e insolente para alertar que los Reyes eran los propios padres.

Decidimos negar las evidencias, lo cual además resultaba muy provechoso, pues los traidores veían reducida la importancia de las mágicas sorpresas. Aún ahora que no soy precisamente monárquico, creo que esa versión la divulgan perversos materialistas más próximos a los lobos de Wall Street que a los amantes de sueños e ilusiones.

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