OPINIÓN
Perturbadores
El mundo necesita de ese tipo de personas inconformistas que se niegan a contemplar la vida con mirada prefabricada
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Iniciar sesiónLlegan a mis manos, con pocas horas de diferencia, los libros de dos amigos, dos de esos poetas que saben condimentar una visión filosófica del mundo cotidiano con ese toque tan proporcionado de poesía que convierte la lectura en deliciosa reflexión.
Los libros de los ... que hablo son 'El ojo que escucha' de José Mateos, y 'Gracias, distancia', de Antonio Cabrera. La coincidencia en el tiempo con que los recibo, se ve duplicada por el hecho de que ambos, en esencia, son recopilaciones de aforismos, aunque en el primero, sin adentrarse nunca en junglas metafísicas, se tienda a un desarrollo más amplio de las ideas. Lo cierto es que en la creación de ambos volúmenes alienta la inteligencia de dos observadores privilegiados y la sensibilidad indispensable para descubrir perfiles nuevos y brillantes en el paisaje trillado del vivir cada día.
Cabrera y Mateos, en este sentido, son dos perturbadores. Perturbadores de la conciencia del lector por medio del poder poético de la palabra. Perturbadores que agitan nuestro conformismo con una visión muy superficial del mundo. Cabrera, poeta filósofo de ojo atento nos hace ver la esencia cambiante de los objetos inertes que habitan a nuestro alrededor. ‘La atención es como dinamita muda: pulveriza silenciosamente obstáculos’, dice el asidonense. El jerezano parte de una descripción negativa del mundo técnico-mercantilista en que vivimos, pero lo hace de forma que convierte esta crítica en oportunidad positiva para repensarse el sentido de nuestras vidas. ‘Lo que necesitamos son solo unas cuantas preguntas liberadoras’, dice, tratando de diluir el pesimismo denso de su visión de la existencia.
Hace un par de veranos tuve la suerte, y no por ello privilegio menor, de conversar con ambos en una entrañable velada que forma ya parte de mis recuerdos indelebles. El mundo necesita de este tipo de personas inconformistas que se niegan a contemplar la vida con mirada prefabricada, con esa mirada de plato precocinado que nos facilita la ideación del mundo, pero que a cambio de tal comodidad nos la banaliza y nos la adultera. Hombres cuya palabra, profunda y delicada al mismo tiempo, nos irrita. Nos irrita en el sentido positivo de crearnos un continua inquietud, de fertilizar en nuestro interior la duda permanente sobre la idoneidad de nuestra postura en la aceptación de lo que esta sociedad nos ofrece, tanto con respecto a las grandes vivencias del arte y de los logros técnicos, como con respecto a los objetos cotidianos cuya existencia suele pasarnos por completo desapercibida en nuestro modo acelerado de vivir.
Celebro ambos libros y celebro también su coincidencia en el momento de llegar a mis manos, porque también el azar emite señales a las que debemos permanecer atentos. Porque para entender el mundo, si es que esto es posible, la primera maniobra consiste en desligarnos de nuestras amarras al noray de lo seguro, dejarnos arrastrar por la corriente de aleatoriedad que es el cauce turbulento de la vida. ‘El tiempo, tal y como lo experimentamos normalmente, puede dejar de existir’, dice José. Antonio replica: ‘Si paseas, refutas lo trivial’. Hoy construimos autopistas que nos transportan de forma rápida y segura al lugar al que deseamos llegar. Pero no debemos caer en el engaño de tal tipo de firmeza. Por debajo de ese asfalto se estremece el terreno pantanoso de la contingencia que es la verdadera naturaleza de todo lo existente. Todo lo que damos por hecho podría ser, en realidad, de cualquier otra manera.
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