OPINIÓN

Peeping Tom

Una ancestral leyenda británica relata la valiente rebeldía solidaria de una hermosa dama conocida como Godgift

Julio Malo de Molina

Una ancestral leyenda británica, procedente del primer milenio de nuestra era, relata la valiente rebeldía solidaria de una hermosa dama conocida como Godgift (regalo de Dios), y también Godiva, pues como sostiene el poeta Osías Stutman, lo hermoso del inglés es que conserva su doble raíz, germánica y latina. Esposa del déspota Señor de Coventry, se opuso a éste y para reivindicar los derechos de sus vasallos, paseó por el lugar sobre un corcel y sin ropajes; se cuenta que sus habitantes decidieron cerrar ventanas y postigos, para no intimidar la desnudez de su Señora. Mas se supo que un joven sastre llamado Peeping Tom se rindió a tan seductora escena y observó con delectación el hermoso cuerpo de mujer a través de una rendija. Ambos personajes, la dama que cabalga desnuda y el morboso mirón, han sido prolija fuente de inspiración para la literatura, la música y las artes plásticas. Muy conocido es el sensual óleo del pintor prerrafaelista John Maler Collier (1850-1834), que se conserva en el Museo Herbert de Coventry, junto a otras representaciones de Lady Godiva. Muchos autores introducen la leyenda en su producción literaria, como: Tennyson, Malaparte y Pound, entre otros. En su poema Peeping Tom, Jaime Gil de Biedma escribe: «Ojos de solitario, muchachito atónito/ que sorprendí mirándonos».

Conocidas bandas de música inglesa han dedicado temas a la valiente Godiva, como: Queen y Simply Red. Desde el cine, Michael Powell introduce con acierto el síndrome ‘peeping tom’ en el género de terror, mediante cinta de 1960, titulada en español ‘El fotógrafo del pánico’. Comportamiento que en Francia se conoce como ‘voyeur’, en castellano se dice mirón, y en el habla gaditana, sátiro o satirón; de modo que sobre unas gafas de sol oscuras se comenta a modo de guasa: «son buenas para satirear». Se ha llegado a decir del mirón o sátiro que se trata de una conducta patológica; sin embargo el siquiatra Carlos Castilla del Pino, en excelente prólogo a una antología de relatos de Leopold von Sacher-Masoch, explica que toda apetencia erótica resulta legítima si no vulnera la libertad sexual de los demás. Además, el placer de mirar no se reduce a la sexualidad, igual que los restantes sentidos proporciona otras satisfacciones, como disfrutar un paisaje.

Contemplar la mar en la ciudad antigua de Cádiz es valor que adquiere especial relevancia desde la recuperación de su borde amurallado. Por eso debemos lamentar el estado del recorrido por Santa Bárbara, o Punta de la Soledad. Se encuentra abandonada la obra que sustituyó la alta tapia del Parque Genovés, por una pieza en dos niveles: un paseo superior para las vistas marineras; con espacios abrigados debajo para instalar actividades, y de acceso al parque y al teatro. La conveniencia de recuperar éste ya se recoge en el plan del cinturón universitario convenido ente Ayuntamiento y Universidad. Pero también es preciso dignificar esta pieza de transición a un espacio libre, por otra parte desabrido, pues es techo de aparcamiento subterráneo, cuya ejecución deterioró la muralla. La pasarela nunca fue bien acogida pese a que su concepción más general no carece de sentido. El mal estado de sus elementos constructivos, agravado con el abandono, justifica un rechazo que interrumpe el paseo de borde en ese enclave septentrional, donde la bahía se derrama al océano. Tal vez si Godiva recorriera el solitario paseo superior, Peeping Tom acudiría para contemplar desde allí, junto a ella, la infinita belleza del mar de Cádiz.

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