OPINIÓN

Peaje

Los platos rotos del desaguisado en Canal Sur los pagan las arcas públicas y los televidentes

Ramón Pérez

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Todos los sistemas sociales, al igual que cualesquiera otros organismos vivos, son terriblemente egoístas. Es el peaje que todos debemos pagar por la supervivencia. El primer paso para esto consiste en protegerse de las agresiones externas dentro de la coraza de nuestros propios intereses. Los seres humanos, en base a nuestra consciencia y a nuestras capacidades verbales, hemos construido dichos sistemas a nuestra imagen y semejanza, porque estos contribuyen de manera muy eficaz a la preservación de nuestra existencia. Eso tiene un precio. Un precio alto. En cierta forma los sistemas nos imponen unas reglas de rango superior que debemos acatar. Nuestra tan cacareada libertad, eso que hemos dado en llamar libre albedrío, queda seriamente limitado por el código de funcionamiento del sistema, o sistemas, que en cada momento nos ofrezcan su amparo.

La paradoja de los sistemas consiste en que lo mismo que han de protegerse de las amenazas del exterior, deben estar siempre abiertos a su entorno, porque del ambiente que los rodea obtienen la energía (otros lo llaman ‘información’) necesaria para vivir. Esa porosidad constituye una delicada frontera de intercambio que el sistema ha de vigilar con sumo celo para no sufrir escasez de información ni tampoco exceso de irritación.

Leo en lavozdelsur.es, un terrible (por lo que denuncia) reportaje de Raúl Solís, donde pone de manifiesto, con pelos, nombres y señales, el estado de corrupción de Canal Sur Televisión. Si lo que describe se ajusta a la verdad, estamos ante un caso de perversión de un subsistema de los mass media que sería la envidia del ministro del interior de Kim Jong-un. Que el dinero de nuestros impuestos se emplee en enriquecer a unos cuantos amigos y en ocultar corruptelas y fallos de gestión del gobierno que ejerce el control de dicho medio, además de sacrificar cualquier voz crítica que desentone en la plegaria general de encubrimiento, es un claro ejemplo de un sistema (supuestamente informativo) enrocado en sí mismo pero, paradójicamente, entregado a una relación simbiótica con los otros que lo nutren: el político y el económico.

En esta simbiosis, tipo ‘ménage à trois’, sendos sistemas salen claramente favorecidos. La televisión autonómica se alimenta de abundante presupuesto a repartir entre los fieles que, bajo el disfraz de periodistas, montan debates descafeinados, informan de nimiedades, dan a nuestros mayores el chocolate del loro de lo más cutre de nuestra cultura o llevan a sus programas a ancianos desnudos para exponerlos a la burla generalizada. El sistema político se encuentra muy cómodo con este tipo de televisión basura que le alivia, con el narcótico de lo populachero, su mala conciencia informativa de cara a la ciudadanía, lo que repercute muy abundantemente en la cosecha de votos en el regantío de la ignorancia. El sistema económico no cabe en sí de gozo con el flujo opaco de la riqueza que, mediante publicidad o gracias a contratos millonarios, llega a todos los que contribuyen al mantenimiento de tal acuerdo tácito de colaboración.

Los platos rotos de tal desaguisado los pagan las arcas públicas, los televidentes que no están al tanto de la magnitud del engaño y los periodistas honrados que son excluidos del contubernio por lo nocivos que resultan a los que ejercen el control de la porosidad de estos tres sistemas latiendo al unísono. La tele de mi casa no tiene sintonizado Canal Sur y no pienso remediarlo. Quizás llegue el día en que el sistema sea ya tan insostenible que se imponga la necesidad de acabar con esta lacra.

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