Montiel de Arnáiz - OPINIÓN

El mito del fin

Cuenta la leyenda que quisimos ser europeos y olvidar que durante siempre fuimos Abeles o Caínes

MONITEL DE ARNÁIZ

Cuenta la leyenda que quisimos ser europeos y olvidar que durante siempre –que es como decir que una eterna vez– fuimos Abeles o Caínes. En el tiempo de la luz y la integración nos envolvimos en una bandera azul de estrellas doradas que a nadie repugnaba y nos cantábamos himnos de amor cortés. Pero esta leyenda que quizás también ofrezca una doncella, un caballero y un dragón, ha devenido en pesadilla pueblerina: duelos de Villalobos y Villaconejos, el césped del vecino más verde que el mío –hierba histórica– pues lo pisan los que me roban (y abonan). Personalmente, y por no reiterarme, prefiero leyendas más coloridas como los cantos del juglar y los quejíos de Camarón de la Isla.

Es digno de encomio (y además lógico y congruente) que el Ayuntamiento de San Fernando haya apostado por la altísima figura de uno de sus hijos predilectos, el cantaor de las callejuelas, como motor y dinamizador cultural y empresarial de la ciudad y sus circunstancias. Lo difícil para Patricia Cavada no era decidir qué hacer (eso también lo tuvo claro José Loaiza) sino conseguir armonizar magnitudes diversas, a la sazón la Agencia del Flamenco, la Junta de Andalucía, los fondos de la ITI, la familia del artista y los ‘intermediarios’. La alcaldesa socialista lo ha logrado con buena nota, consiguiendo que Susana Díaz se desplace a la Isla a una firma ceremonial coincidente con la inauguración del Congreso dedicado a la memoria de José; un exitoso evento que ha congregado en la Calle Real a lo más granado del ‘espacio Camarón’: la Chispa, Ricardo Pachón, Tomatito, Paco Cepero, Montero Glez o el biógrafo del cantaor.

A veces es difícil distinguir entre mitos y leyendas, entre europeos o africanos. A veces es difícil empezar algo y otras saber cómo acabarlo; esa debe ser una labor primordial del político, evitar las utopías y los dispendios innecesarios, elegir con acierto las batallas y, lo que es más importante: ganarlas.

Mientras otros alcaldes demuestran carencias e incapacidades, Cavada minimiza errores, fija objetivos, trata de aprender, de repetir mandato, apoyada en gente trabajadora: sus concejales Rojas, Suárez, Bermejo o Rodríguez. No es perfecta y lo sabe, pero carece del pecado del adanismo. Y del mesianiasmo. Y prefiere las leyendas a los mitos.

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