Mayo 68 y después

El año 1968 fue mucho más que el mayo francés

Julio Malo

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El año 1968 fue mucho más que el mayo francés. Un seísmo social que cual cinturón de fuego atraviesa el mundo, desde Praga a París, desde California a México, con objetivos diversos, más allá de un rechazo compartido a la intervención americana en Vietnam, sobre todo a partir de los bombardeos contra la población civil de Hanói. La revuelta de Paris arrancó bajo la bandera de la libertad sexual hasta generar una rebelión anti autoritaria que primero paraliza la universidad y luego conduce a la mayor huelga que Francia ha conocido, un movimiento que se radicaliza y extiende a gran velocidad. Ya no se trata de reivindicaciones culturales, sociales y sindicales, se trata de cambiar el mundo; se dirigen contra el modelo de sociedad, contra el Estado, la familia y la propiedad privada. La revolución se extiende por todos los sectores y lugares del país y del resto de Europa. La izquierda histórica, como el Partido Comunista Francés, vacila porque no se trata de una rebelión liderada por la clase obrera como en el pasado, sino por chicos de familias acomodadas. Unos meses antes, tras un largo proceso que nació en círculos culturales, se producen cambios políticos en la República de Checoslovaquia para construir un sistema de comunismo en libertad, que convierte a Praga en un hervidero de nuevas propuestas de convivencia.

Aquel movimiento acabó en sucesivas derrotas. En Francia De Gaulle salió reforzado. La Primavera de Praga corrió peor suerte, ya que los tanques soviéticos invadieron Checoslovaquia para aplastar la hermosa experiencia de socialismo avanzado y democrático. El gobierno mexicano provocó la terrible masacre de Tlatelolco que se saldó con más de doscientos estudiantes muertos.

En España, la policía política asesina a Enrique Ruano, un estudiante de la alta burguesía, y como consecuencia de las protestas, el gobierno de Franco cerró las universidades, aboliendo definitivamente el Estatuto que protegía los centros docentes de la intervención policial. Después del fracaso de esas acciones que parecían poder cambiar el mundo, la reacción fue brutal en otros muchos lugares: el Domingo Sangriento del 30 de enero de 1972 en Irlanda, los golpes en Chile y Argentina. Solo la victoria de Vietnam contra Estados Unidos, que estuvo en los orígenes de las protestas, significó un contrapunto a la consolidación de los poderes ya establecidos. Algunos años después, Margaret Thatcher abolió el consenso histórico entre conservadores y laboristas que había puesto en marcha el Estado del bienestar en el Reino Unido al finalizar la guerra mundial.

No se transformaron para nada los modelos políticos y económicos imperantes, pero los acontecimientos sí contribuyeron a cambiar las costumbres de los jóvenes, su cultura, la música, las relaciones sexuales y el respeto a la diversidad; unos muchachos que ahora somos sesentones, casi todos ya jubilados. Pero a diferencia de lo ocurrido con otras revoluciones fracasadas, Mayo del 68 se mantiene como referencia presente en muchos de los movimientos de protesta que han tenido lugar desde entonces y hasta ahora, medio siglo después, viviendo bajo el signo de los retrocesos. Si algo redime al ser humano, durante estos tiempos funestos, en medio de la constante precarización del Estado del bienestar, es la herencia ética de aquellos movimientos. Conozco a un profesor que vivió entusiasmado los sucesos de 1968 en la Sorbona y ya recuerda con escepticismo, como la canción ‘Papá cuéntame otra vez’, de Ismael Serrano: «bajo los adoquines no había arena de playa». Pero eso fue Paris, ahora los dos vivimos en Cádiz.

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