Felicidad Rodríguez

Un martes que cambió el mundo

En nuestras retinas quedaron aquellas imágenes del público, saliendo ordenadamente del Estadio, cantando la marsellesa

Felicidad Rodríguez
CÁDIZ Actualizado: Guardar
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El domingo se cumplió el decimoquinto aniversario de unos acontecimientos que cambiaron el mundo para siempre. Todos recordamos donde estábamos o lo que hacíamos la fatídica mañana de aquel martes 11 de septiembre cuando se produjo el mayor atentado terrorista de la historia. Un horroroso ataque suicida, retransmitido en directo, al que asistimos impotentes, mientras creíamos, al principio, que se trataba de una película emitida a una hora un poco extraña, cuando lo habitual eran los debates de la franja matinal. Desde entonces, nuestros conceptos de guerras y amenazas han cambiado. De la imagen que antes se tenía sobre países enfrentados, con ejércitos convencionales luchando en territorios determinados, hemos pasado a un escenario mucho global, en el que la identidad de los atacantes es difusa y que atañe a todo el mundo, viva donde viva.

Tras los ataques a la Torres Gemelas de Nueva York, vinieron otros. Uno de ellos, otro negro día 11, nos afectó muy directamente; aquel triste 11 de marzo del 2004, en vísperas de unas elecciones generales en las que votamos en estado de shock, otro atentado terrorista nos hirió de una manera inimaginable cuando en Madrid, y en hora punta, entre las 7 y las 8 de la mañana de un día laborable, las bombas nos mataron a 191 personas e hirieron a cerca de 2.000, un ataque sobre el que, posiblemente e igual que en el resto de los atentados terroristas, nunca sabremos exactamente todo lo que pasó en su preparación. En este nuevo escenario del terror mundial, las conexiones entre grupos extremistas diferentes son complejas, con contactos, aún puntuales, entre ellos, y conectados, a su vez, con organizaciones dedicadas a otras actividades delictivas, como tráfico ilícito de personas, de drogas, de armas o incluso de vehículos robados. Grupos que se utilizan mutuamente para cual o tal cosa y en el que no es extraño que, en este intercambio fatídico de favores, unos y otros desconozcan el respectivo objetivo inmediato de cada cual. Tras los atentados de Madrid, los del 2005 en Londres, de nuevo atacando el metro y el transporte público. Y los de París, el año pasado, cuando los terroristas cambiaron el escenario de las masacres al atentar en un restaurante, en un teatro y en una brasserie muy cercana al Estadio de Francia donde en aquellos momentos las selecciones francesa y alemana jugaban un amistoso. En nuestras retinas quedaron aquellas imágenes del público, saliendo ordenadamente del Estadio, cantando la marsellesa. Y este mismo año, Bruselas, donde de nuevo el objetivo fue el transporte público, el metro y el aeropuerto; y Niza, el pasado 14 de julio, cuando aquel camión embistió a las personas que se habían congregado para celebrar su fiesta nacional en el mítico Promenade des Anglais, un paseo marítimo que conocíamos por películas, como Atrapa a un ladrón, y que ahora se identifica por un motivo mucho más triste. Y entre ellos, otros muchos, aún cuando sus dimensiones hayan sido distintas. Hasta Cádiz ha tenido su propio momento de incertidumbre cuando, en 2011, se detuvo a un presunto yihadista que, al parecer, pretendía envenenar los canales y depósitos de suministro de agua. Definitivamente, desde hace 15 años, nuestro primer mundo ya no es el mismo.

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