El mapa de Syldavia

Nos dieron en herencia un país que transformaron en un lugar seguro y justo. Hemos malgastado esa herencia y traicionado a nuestros mayores

Yolanda Vallejo

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Y o quería hablarle de la pista de hielo que nuestro Ayuntamiento nos va a regalar esta Navidad. De la pista de hielo, y del tobogán con trineos deslizadores, no hay que perder esto de vista, porque tiene lo suyo. Después de la austeridad de las navidades pasadas –sin casi luces–, llega el espíritu de las navidades presentes, y como en el cuento de Dickens, nos alumbra nuevamente con la pista de hielo. Todo un clásico, ya ve. Y quería hablarle de esto porque me parece una de las mayores catetadas que he visto en mi vida –bueno, alguna más he visto, no voy a negarlo ni a venir con remilgos, a estas alturas–, y porque hace un calor horroroso, y porque ayer ya me comí un polvorón, pero todavía no he guardado la ropa de verano.

Será cosa del cambio climático, seguramente. Y también será cosa de haber visto muchas películas yankis en la sobremesa de los sábados, en las que familias felices con niños felices, patinan felices y luego, encuentran a un indigente al que ayudan y que resulta ser siempre Santa Claus. Todo mentira, claro está. Tan de mentira como el material sintético sobre el que patinarán nuestros niños esta Navidad. Y eso que, en el fondo, se agradece. Porque en los últimos años, recuérdelo, la pista de patinaje parecía la lonja del pescado a las once de la mañana, con todo derretido y haciendo aguas por todas partes. Nunca he entendido eso de «animar» las compras en unas fechas, además, en las que las compras se animan solas, y tampoco he entendido nunca que se invierta dinero público en este tipo de «animación» y no en buscar, por ejemplo, solución al problema de los aparcamientos o en reforzar un servicio público de transporte, que pueda hacer competitivo nuestro comercio, frente al de otras localidades de la bahía. Pero no me quejaré y tampoco le hablaré de esto.

Yo también quería hablarle del informe que nos sitúa en la puerta de embarque correcta para convertirnos en puerto base de cruceros. Y de nuestras fortalezas, y de nuestras oportunidades; o lo que es lo mismo, de nuestras amenazas y de nuestras debilidades –lo del informe DAFO es que me lo sé muy bien– ante uno de los mayores retos económicos y sociales que se nos pueden presentar a corto y mediano plazo. Hablarle de cómo cambiaría nuestra fortuna y nuestro futuro algo que está ya tan presente en la ciudad, como la presencia constante de cruceristas. De cómo beneficiaría a nuestros hijos, y a nosotros mismos, el hecho de recibir y de despedir cada día a gentes de distintas nacionalidades; de cómo podríamos volver a ser puerta del Atlántico y del Mediterráneo, como en aquel siglo XVIII en el que –dicen- el mundo giraba en torno a nosotros; de cómo nos reinventaríamos y de cómo podríamos volver a encontrar nuestro sitio frente al mar y no dándole la espalda. Pero no me quejaré, y tampoco le hablaré de esto.

Porque, siempre, la realidad termina por imponerse. Y si los ‘Jordis’ se presentaron a declarar ante la Audiencia Nacional sin teléfono móvil y solo con una muda en el maletín, sabiendo que para el viaje que iban a emprender, no necesitaban más alforjas, lo del pasado jueves se convirtió en la versión moderna y paródica –sin llegar todavía al esperpento, pero casi– de Padilla, Bravo y Maldonado; el ex vicepresidente de la Generalitat y los siete ex consejeros, como corderos llevados al matadero. «De pie, con determinación y hasta la victoria», se despedía Oriol Junqueras de su público en Twitter, «que el bien derrote al mal en las urnas el 21D». El bien, el mal, el líder gobernando la república en el exilio «El Govern de Cataluña encarcelado por sus ideas y por haber sido leales al mandato aprobado por el Parlament», la alcaldesa de Barcelona reconociendo la legitimidad de un gobierno deslegitimado, la «vengaza» de la jueza, el «no sufráis por mí» –lo de Turull le quedó muy Evita, la vergüenza política de Pablo Iglesias, los del valle de Arán echando cuentas con la estación de esquí, «Els segadors»… tanto despropósito y tanta opinión.

La realidad se impone, y yo solo puedo preguntarle a usted cómo hemos llegado hasta aquí. En qué momento nos vinimos a vivir a Syldavia -la de Tintín, claro, no la de La Unión- y desde cuándo andamos a la gresca con Borduria. Dónde está el mapa de Syldavia, para salir corriendo de aquí. Si hace un año me lo cuentan, habría pensado igual que usted que, como guión de un Berlanga reencarnado tendría su gracia, pero después de lo que llevamos visto, esto es muchísimo más tremendo.

Nuestros padres nos dieron en herencia un país que, alimentado por el silencio y por el odio, habían transformado en un lugar seguro y justo. En un sitio del que sentirse orgulloso y al que querer volver siempre. Hemos malgastado la herencia –esa palabra a la que todos recurren para justificar que no saben hacer otra cosa- y hemos traicionado a nuestros mayores. Ellos, que lucharon por la democracia y que creyeron en la Constitución, no se merecen esto.

Nosotros tampoco, pero a ver cómo lo remediamos. Tal vez si apareciera el profesor Tornasol…lo mismo hasta me montaba en el tobogán de hielo sintético.

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