HOJA ROJA

Los mafiosos

Mucho está tardando en formarse y firmarse la plataforma ‘El Reina Sofía es nuestro’. Ciudadanos dispuestos a encadenarse como si fuera a desaparecer

Yolanda Vallejo

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Decía mi madre que todo en esta vida sirve para algo. Mi madre, como puede usted imaginar, pertenece a esa generación de posguerra que a todo sabía sacarle provecho. Habían carecido de tanto que cualquier cosa les parecía un regalo, aunque en determinadas circunstancias, ese complejo de Pollyana que mi madre llevaba a gala, solo conseguía elevar mi insatisfacción y el grado de mis quejas. Mi madre –como la suya, que para eso son madres– consideraba que cualquier asignatura era provechosa y había que estudiarla con gusto porque podríamos necesitarla en algún momento. Piense en la tabla periódica, en las capitales de Asia o en las declinaciones latinas y entenderá mi frustración.

Sin embargo, el tiempo –que matiza todas las arrugas y los descosidos de la juventud– ha terminado por darle la razón. Y ahora soy yo la que empiezo a pensar que todo en esta vida sirve para algo. Si no, a santo de qué me acuerdo tanto de Chomsky y de sus teorías sobre la manipulación y los medios de comunicación. El que, según ‘New York Times’, es el más importante de los pensadores contemporáneos, me amargó buena parte de la carrera por culpa de la gramática generativa y de aquellos modelos sintácticos –a los que sigo sin ver utilidad, por cierto–, pero también me enseñó que los medios masivos son altamente eficaces a la hora de moldear la opinión pública, y que gran parte de los movimientos sociales, políticos y económicos del último siglo han sido generados mediante mecanismos de propaganda. Su decálogo de las estrategias de manipulación mediática sigue siendo un referente a la hora de interpretar lo que ocurre a nuestro alrededor. Y una demostración más que evidente de que el hombre es el único animal capaz de tropezar mil veces en la misma piedra. Diez mandamientos que nuestros gobernantes cumplen religiosamente y que nos convierten en títeres sin cabeza, en el rebaño donde el buen pastor no hace falta que lo sea.

El primero de los preceptos, y como siempre, el más notable, es la estrategia de la distracción; desviar la atención de los problemas importantes manteniendo a la gente ocupada en otros problemas aparentemente más urgentes. La venta de las semifinales, las colas –la virtual y la otra–, la reventa, el concurso de agrupaciones de Sevilla, la indignación del alcalde, la retirada del certamen… siga, siga, los temas chungos están en todas partes.

El segundo, un viejo conocido. Crear problemas para ofrecer a continuación una solución pactada de antemano. La carpa ¿dónde ponemos la carpa? ¿Es necesaria la carpa? ¿Se puede poner la carpa en otro sitio? ¿Hay problemas para buscar otro sitio? No hay otro sitio, no podemos hacer nada, la carpa se queda donde estaba. Es lo mejor. Sin duda.

El tercero, la gradualidad. Despacito, pasito a pasito, suave suavecito, que cuando te des cuenta… Pues eso mismo. El cuarto, la estrategia de diferir; una decisión impopular se presenta como «dolorosa pero necesaria» aceptando un sacrificio inmediato para conseguir un beneficio futuro, como lo del ahorro travestido de no inversión, por ejemplo. El quinto, –dirigirse al personal como si tuviese cuatro años, vecinos, vecinas, paisanos, paisanas– está íntimamente unido al sexto, utilizar el aspecto emocional causando un cortocircuito en el análisis racional, ya sabe, la Aduana se tira o no se tira, se tira o no se tira…

El séptimo, mantener al público en la ignorancia y la mediocridad, instruyéndolo a través de ignorantes y de mediocres –¿conoce usted a muchos, verdad? Yo también–. El octavo, por tanto, no puede ser otro que estimular a la gente a ser complaciente con la mediocridad, ¿usted ha visto las preliminares del COAC?, pues así, todo el rato. No se puede señalar al mediocre, no vaya a ser que se ofenda. El noveno, por derivación de los anteriores, es reforzar la autoculpabilidad del que tiene opinión propia; si uno critica algo, se le señala, se le aísla y se le cuelga el sambenito de mala persona, criticona, derrotista, que pone palos en las ruedas…¿Qué le voy a contar?

Y el último, en el que se condensa todo lo anterior, es conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen. Parece el más difícil, pero no. Lo de la transparencia iba por ahí. Echar carnaza en el momento oportuno para que las fieras se entretengan despedazando los despojos arrojados ¿El Reina Sofía? ¿Las magníficas colecciones que alberga? ¿Los cinco millones de la rehabilitación del edificio? ¿Las oficinas vacías mirando al mar de la UCA? ¿Los grandes espacios expositivos que va a perder la ciudad? ¿La vida cultural de la ciudad? ¿Los camiones de mudanzas? ¿El patrimonio? –¿en serio? ¿ahora?– ¿El impacto en el desarrollo, la creación de empleo y el aumento de población que va a tener el trueque?

Mucho está tardando en formarse y firmarse la plataforma ‘El Reina Sofía es nuestro’, si es que no se ha hecho aún. Ciudadanos y ciudadanas dispuestos a encadenarse como Carmen Thyssen al drago de la puerta del Gobierno Militar, como si el edificio fuese a desaparecer.

Después resulta que ‘Los Mafiosos’ son la comparsa de Juan Carlos Aragón. Menos mal que, como siempre le hago caso a mi madre, estudié a Chomsky y sé que la estructura superficial no siempre coincide con la profunda.

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