Yolanda Vallejo - Opinión

Una jaula de grillos

Puerta del Mar ha convocado dos concursos para buscar logotipo y cartel oficial bajo el lema ‘40 años cuidando de tu salud. Tu hospital’

Yolanda Vallejo

Lo del cambio climático no es para tomárselo a broma. Al menos, en lo que respecta a nuestros instintos más básicos, que en esto hemos evolucionado poco desde que andábamos colgados por los árboles. Conservamos una tendencia muy animal en esto de acusar los cambios de temperatura; el calor nos altera, el frío nos hace más vulnerables y la lluvia nos acobarda muchísimo. A poco de pasar la barrera de los cuarenta, nos duelen más las heridas y las articulaciones, presentimos las tormentas, y los vientos hacen estragos en nuestra poca cordura. De pronto, nos volvemos todos meteorólogos y nos da por interpretar las cabañuelas, la orientación de las colmenas –como si nos hubiésemos criado entre abejas-, la presencia de estorninos, y no nos conformamos ya con mirar la hora a la que sube o baja la marea, sino que apuntamos el coeficiente de la misma, como si el espíritu del capitán Cousteau nos poseyera cada mañana antes de ir a la playa. Confiéselo. Nunca había hablado usted del tiempo tanto como ahora, y eso solo puede tener una explicación. Nuestro atávico instinto de supervivencia anda avisándonos de la que se avecina.

Yo lo he comprobado en primera persona esta semana. He estado escuchando a los grillos cada mañana, como si de pronto, el almanaque se hubiese saltado el mes de agosto y estuviésemos terminando septiembre, que es la época más grillera del año. Porque, claro, usted dirá que en el campo los grillos, o chicharras, compiten durante todo el verano por hacerle la siesta insoportable. Pero eso, en el campo. En la ciudad, la presencia de los grillos se había reservado, tradicionalmente, para ese engaño con el que San Miguel nos advierte de que las oscuras golondrinas se van siempre por la misma fecha. Y es que los grillos están locos. Tanto como nosotros.

Si no, no me explico algunas cosas. Verá. El hospital Puerta del Mar –o del Mal, como usted guste- ha convocado esta semana dos concursos para buscar el logotipo y el cartel oficial, con que van a celebrar el cuarenta aniversario del centro. Sí, sí, ha leído bien y no es necesario que se ría. «40 años cuidando de tu salud. Tu hospital» es el lema que debe aparecer en los trabajos que se presenten al certamen. Un hospital que se cae a pedazos, y que el pasado mes de enero tuvo que disculparse públicamente por el estado en el que se encontraba una de las mesas de quirófano. Un hospital que cierra camas en verano, y que acumula listas de espera de más de un año. Un hospital al que se le ha pasado totalmente el arroz, mientras esperaba el tren de la oportunidad, ¿se acuerda? Íbamos a ser, también en esto, el asombro de Damasco. Había hasta un proyecto de nuevo hospital en unos terrenos que ahora son baldíos. En fin. Que con este desolador panorama, va la dirección del hospital, y organiza un concurso para vendernos que llevan 40 años cuidando de nuestra salud. «El hospital que sonríe» les ha faltado poner. Y eso que, en las bases, se han curado en salud –observe el guiño- y hablan del espíritu, de la población que atiende y de los profesionales que en él trabajan. Menos mal, porque del edificio que alberga el hospital se podría decir cualquier cosa. La más suave es que está pidiendo a gritos una piqueta, porque cumplir los cuarenta le ha sentado fatal. Afortunadamente, el premio es bastante cutre -»difusión de la obra del artista en diferentes medios, junto a un Certificado del galardón obtenido y un reconocimiento en forma de distinción honorífica del propio centro»- a la altura del hospital, donde se salvan –como en casi todas las administraciones- los profesionales que, muchas veces, con todos los elementos en contra, consiguen sacar adelante a montones de pacientes, a pesar de esta Andalucía imparable.

Una Andalucía imparable que, aprovecha el afrecho y desperdicia continuamente la harina. Porque verá usted. A mí me parece muy bien que nuestra presidenta se sienta orgullosa de ser andaluza y de su acento andaluz. Yo, a veces, también, aunque prefiero pensar que el lugar donde uno nace no es más que una circunstancia. Los andaluces no hablamos ni mejor, ni peor, que el resto de los españoles con los que compartimos lengua, y esto tampoco me hace sentir orgullosa. La Junta de Andalucía está para gestionar el gobierno de la comunidad, no para entrar en polémicas de este tipo.

Que a un cónsul –ya no, afortunadamente- se le caliente el dedo en las redes sociales e intente ser gracioso –ya no, afortunadamente- como si estuviera en la barra de un bar, a costa del aspecto físico y de la supuesta manera de hablar de la presidenta de la Junta, me parece deleznable, despreciable e irresponsable. Porque un representante público, sea de lo que sea, tiene que comportarse como un adulto, y no como un quinceañero «en plan vamos a liarla».

La alarma social que ha disparado la asquerosa actitud de Enrique Sardá, solo tiene una explicación. Y tiene que ver con lo que le decía al principio. Los humanos aún conservamos un instinto básico para notar cuando la aguja está mareada. Y aquí ya no pasamos ni una. Que se estaba convirtiendo este país una jaula de grillos.

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