La gracia de Cádiz

Por España se habla del arte del gaditano, de cómo vemos la vida a través de nuestros salados ojos

Nandi Migueles

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Por España se habla del arte del gaditano, de cómo vemos la vida a través de nuestros salados ojos. No se equivocan, solo tienen que maravillarse de su origen.

La respuesta está en la mezcla de numerosas razas que poblaron nuestra ciudad y el mestizaje de nuestra sangre. Sangre fenicia del propio Melkart, que era un cachondo mental decían, traída directamente de Tiro a bordo de esos «caballitos gaditanos» que era como se conocían a los barcos llegados de Oriente, por su mascarón de proa en forma de caballo. El consumo de tanto atún y las conversaciones con los que venían a comerciar de Doña Blanca, Carteia, del Cerro del Castillo, Sancti Petri, Asido (Medina) o de algún mercader tarteso del Berrueco, atesoraron una parte fundamental de nuestro actual gracejo.

Cuando le vimos los cuernos al toro en las guerras púnicas decidimos cambiar de bando rápidamente. Expulsamos con mucho ‘ange’ a guarniciones cartaginesas que colonizaban Gadir y tuvimos la idea de declaramos a favor de Roma. Los gaditanos de entonces con toda la gracia del mundo dijimos «romano de to la vida, lo que yo te diga Hércules», porque ya al Melkart lo llamábamos Hércules, para congraciarnos con nuestros nuevos vecinos. Nuestra sangre se fusionó a la romana, como los calamares. Nos inventamos el Garum ese y se lo vendíamos con arte a precio de oro. En nuestro gen comenzaba a fraguarse ese carácter peculiar y propio del gaditano, que junto a la poca vergüenza romana de la vida de Bryan, nuestra gracia iba desarrollándose ágilmente. Nuestras mujeres mostraban el garbo gaditano en la corte romana como bailarinas, las Puealles de Cai, que prestando atención aún quedan muchas de aquellas exponiendo su destreza en ferias y por donde se monte una juerga flamenquita. El auge del comercio y el trato íntimo con infinidad de clientes y proveedores nos hizo absorber esas pinceladas para nuestro arte actual. La espontaneidad, el regateo, la sociabilidad, la agilidad mental y la cultura traída por estos foráneos hicieron que los habitantes de la ya ahora Gades, quedaron impregnados de esas peculiaridades romanas. La ciudad se pobló pronto de équites, una clase social de la antigua Roma. En la época imperial, los équites eran muy suyos, muy artistas y simpáticos con un rollazo muy grande porque tenían derecho a llevar el angustus clavus: las dos franjas de púrpura de dos dedos de ancho en la túnica como símbolo de su posición y de ahí creo que viene el color amarillo del Cádiz y las dos rayas de los chándales gaditanos.

Más adelante nos invaden los Bizantinos, unos griegos ortodoxos que eran conocidos como hombres sutiles y frívolos, de ahí que nuestra sangre lleve nutrientes con todo tipo de perfiles con gente de distintos ámbitos sociales y culturales. Las clases notorias eran pobres, campesinos, soldados, maestros, empresarios y el clero, de donde viene seguramente nuestra pasión por salir vestidos de catetos, militares, y curas en carnaval. Luego nos conquistaron los visigodos que eran unos godos latifundistas y grandes propietarios, muy religiosos también y después los musulmanes con las tropas de Tariq Ibn Ziyad que nos llenaron la cabeza de matemáticas, astronomía y literatura. Nuestro gracioso ADN se condimentaba por último con la reconquista del Guadalquivir por los castellanos, creándose una sociedad burguesa gaditana, liberal y revolucionaria.

Créanme nuestra mente se formó con la bizarría, el arte y la cultura de todos esos pueblos ¿No me creen?, tú no eres de Cádiz.

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