Francisco Apaolaza

La gente

Hay gente que cree que la madre Tierra se vengará de todo lo que hemos hecho

Francisco Apaolaza
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Hay gente que cree que la madre Tierra se vengará de todo lo que hemos hecho. Algunos creen que ya ha comenzado. Yo temo el día en el que se levanten las palabras y se desate una revolución etimológica, una segunda Babel en la que ya nada nos sirva para entendernos. Algunos también creen que ya ha empezado. Hay palabras que ya no significan nada y que al mismo tiempo lo dicen todo.

La gente ¿Quién demonios es la gente? ¿Es la gente la de Rajoy, la de Sánchez o la de Iglesias? En el tanteo a la baja de la política española hemos tocado el fondo de la Fosa de las Marianas gramaticales y ese suelo es ‘la gente’.

Gente es el diputado que en su primer día no sabe el camino al váter y desconoce que hay percheros en los pasillos y cuelga el abrigo en el respaldo del escaño, como un colegial, y también es gente Celia Villalobos, que se aguarda a sí misma tras los muebles dorados del Parlamento, estática, tensa, sonriente y amenazante como un lagarto del desierto.

Gente es el carcelero y también la niña Macarena, el paciente terminal y los críos que aguardan en las barrigas de sus madres a que llegue la primavera para hacerla más primavera con su nacimiento. Gente, el panadero, el bombero, Jorge Fernández Díaz y Marcelo, su ángel de la guarda, que siempre van juntos, Rufián rufianeando en viernes de afterwork, los curas, los camareros de los bares que todavía son bares y en los que aún se grita muy alto «¡Bote!» arrastrando la o como la sirena de una fábrica.

Es gente la monja que vota al PP y el que quema el retrato del Rey. Es gente el etarra, Rodrigo Rato y el Padre Ángel con su corbata roja. Gente es el que pregona las cocacolas en el tendido de las Ventas y el portero de esa discoteca de la calle Mayor, que pasa las noches envuelto en su capa castellana, como un mustélido, y que saluda a Don Fulano cuando llega como si fuera un conde y le despide con un guiño cuando sale acompañado de algún desecho de tienta. Es gente el camarero asiático y gay del noodle bar y también esa mujer reclamo que me dice ‘Hola, guapo’ y que se sienta con su vestido ceñido y corto de tela de floretones de cortina y los zarcillos en una silla a la puerta de un local de la plaza del Carmen de Madrid que tiene los cristales mate como todos los bares de putas del mundo.

Es gente el tipo del Pacma que se tiñe de sangre en la sección de sociedad del telediario y Diego Urdiales cuando se enrosca al toro en la cintura y le parte las muñecas al tiempo. Son gente los quiosqueros de mirada ladina de mafioso napolitano, los médicos, los asesinos, las estudiantes en minishorts y esos que duermen en el metro camino de casa, desnucado, con los ojos en blanco, las suelas de los zapatos gastadas más allá de la dignidad, el cinturón demodé y una carpetilla de currículos sobre el regazo. El hombre sandwich del compro oro, el investigador del CSIC que se morrea con su novia en el jardín, el viejo clown que vendía rosas y cocaína... Gente son también todos esos taxistas que antes trabajaban como policías antidisturbios, Antonio López y el marido de Alaska.

Así que hagan el favor de no confundir a la gente con su gente.

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