OPINIÓN

Generación de la 38

Los antropólogos se dieron cuenta que los roles sexuales eran diferentes según las sociedades e identificaron lo que la sociedad consideraba como masculino o femenino

Fernando Sicre

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La venta de libros de citas lleva décadas revolucionando el mercado. Julia Otero, discrepaba que el pasado 8 de marzo hubiese mujeres que no secundaran la huelga feminista. Acusó de colaboracionista a Cayetana Álvarez de Toledo, en su empeño en imponernos a todos su forma de vivir y ver la vida. El pensamiento colectivista típico en las políticas identitarias, como el nacionalismo y el feminismo radical, pretenden anular al individuo. De igual forma que los independentistas catalanes llaman a los constitucionalistas catalanes cómplices de la opresión española, ésta gallega ‘catafeminalizada’, llama «mala mujer» a la guapa e inteligente Cayetana. Y lo hizo sacándole partido a su libro de citas, que será el único que ha tenido en los últimos 30 años en su mesilla de noche. Refiriéndose a Simone de Beauvoir manifestó que «el opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los oprimidos».

Los antropólogos hace mucho tiempo se dieron cuenta que los roles sexuales eran diferentes según las sociedades e identificaron para cada cultura, lo que la sociedad consideraba como «naturalmente» masculino o femenino. De ahí que se diga que el relativismo cultural se remonta a los orígenes de la cultura occidental. Llaman la atención las diferentes formas de percibir los sexos en las diferentes culturas. Se han creado estereotipos que se hallan profundamente enraizados en cada sociedad. Sin embargo hay un hilo conductor que une a todas las culturas, la procreación como hecho natural e indelegable, vinculado por mucho que le pese a la Otero al sexo, que no género, femenino. La función reproductora de la mujer se convierte en el eje principal que predetermina y condiciona funcionalmente el género femenino. Lo masculino se caracteriza como el polo opuesto. La función reproductora va acompasada con el carácter asistencial, de servicios y de supeditación a las necesidades de otros. Son estados ejemplificativos de la prolongación de la función reproductora, que no están presente en lo masculino. Hasta aquí una cuestión estrictamente «natural», porque impera la naturaleza.

A partir de aquí, constructos culturales. Los roles y valores de género atribuidos al feminismo radical posibilitan el cambio, alterando el estado de naturaleza hasta el límite. Y el límite consistió en transformar la teoría de género en una teoría política, sustituyendo el logro de objetivos por el poder. Tradujo la posición desigual de la mujer, llevándola al terreno de los conceptos políticos, de subordinación y opresión. Pretendieron redefinir la sociedad, la cultura y la política. Pero pasaron de la pretensión a la reafirmación y corroboración del disparate.

En 1994, Segal afirmaba que en el llamado debate sobre la sexualidad, las feministas radicales llegaron a reivindicar el «lesbianismo político», según el cual la heterosexualidad era una construcción de la cultura dominante, concebido para mantener el sometimiento de la mujer. Toda relación sexual de una mujer con un hombre era una manifestación de la política masculina y aquellas mujeres que fueran culpables de acostarse con el «enemigo» no podían ser consideradas feministas. Llegaron a la conclusión de que el lesbianismo o el celibato eran las únicas posibilidades. Posicionamiento extremo que ha socavado la unidad del movimiento. Gracias a Dios que la gran mayoría adopta posiciones racionalizadas que mucho tienen que ver con el llamado pensamiento feminista de Estado, asociado con la socialdemocracia nórdica.

El debate se centra ahora en posibilitar que el concepto de «ciudadanía» equipare a los hombres y a las mujeres. Supone la preocupación por los derechos y deberes políticos, sociales y económicos. La llamada brecha salarial es una quimera tal y como es transmitida. Es una brecha condicionada por la maternidad, que efectivamente predispone el devenir profesional. Es aquí donde el Estado tiene la obligación de actuar y poner al servicio de la causa todos los recursos necesarios, sin escatimar.

El otro día salieron a la calle mucha gente, entre las que destacaron las de la generación de la 38. Son las que ahora, en estos momento convulsos de nuestra Historia toman el testigo a los del 98 y 27, solo que con versos más burdos que aquellos.

Expresaban su malestar contra la talla 38, «porque les aprieta el chocho». Pues usen la 48 y piensen en un panocho o en un sacrismocho.

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