Demasiadas familias se han quedado atrapadas en el pozo

El último informe de Cáritas deja muy claro que el número de personas que pide ayuda para subsistir ha bajado de forma notable

L. V.

Durante los peores años de la peor crisis que recordamos en esta parte del mundo en los últimos 30 años, todos nos acostumbramos a ver a un creciente número de familias acudir a Cáritas, a las parroquias o a distintos centros sociales a recoger su ración de alimentos. Muchos de estos lugares tuvieron que habilitar horarios de madrugada o lugares discretos porque la mayoría de los demandantes, que por primera vez se veían en esa situación, pedían reserva absoluta para acudir a por el auxilio. Es lógico que se ocultasen porque son las colas de la vergüenza; de la que se sufre en carne propia y de la colectiva, la de toda una comunidad ante un drama que, lejos de tender a su desaparición, se hace crónico en determinadas víctimas. El último informe de Cáritas deja muy claro que el número de personas que pide ayuda para subsistir ha bajado de forma notable. Pero los que aún están en esa situación están peor que nunca y la obligación de todo cristiano, de todo ciudadano decente, es no abandonarles a su suerte. Este periódico refleja en su edición de hoy el nuevo retrato de la pobreza después de la crisis, una vez que lo peor de la recesión del consumo y el desempleo ha pasado. Aparecen los que tienen trabajo pero no salen de la pobreza. La palabra ‘hambre’ está desterrada o sólo se aplica en unos casos muy concretos de la sociedad donde el grado de pobreza se localiza siempre en ese segmento que forman los indigentes. Sin embargo, en los últimos diez años, desde que estalló la crisis, la pobreza extrema se multiplicó y se trasladó a familias de clase media que antes gozaban de una posición que las alejaba de esta condición. De forma imprevisible, aparecieron por cientos entre los que formaban las colas para recoger su ración de ayuda en forma de alimento. Algunas de ellas han podido volver a la situación de cierta normalidad anterior pero demasiadas se han quedado atrapadas en el pozo. Las organizaciones sociales no saben de sesgos ni sectarismos. Se limitan a transmitir la realidad.

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