OPINIÓN

¿Te da cuen?

Parece que fue ayer y ya ha pasado un año ¿Se acuerda del último día de 2016?

Yolanda Vallejo

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Parece que fue ayer y ya ha pasado un año ¿Se acuerda del último día de 2016? Yo tampoco, no se preocupe; no es que nos esté fallando la neurona de guardia, es simplemente el resultado de aplicar la teoría de la relatividad también al almanaque. Nuestra memoria, la selectiva, nos instaló de manera precipitada en el último trimestre del año, después de habernos robado la primavera ¿A que tampoco se acordaba de que no tuvimos primavera? Solo calor, solo frío, mucho calor, mucho frío. Cambio climático lo llaman, pero no se engañe. Es otro episodio más del trastorno bipolar que padecemos socialmente. Todo es blanco o negro, arriba o abajo, dentro o fuera, conmigo o contra mí, ya sabe. Pero aunque usted no lo recuerde –yo tampoco, casi– hubo vida más allá del desafío independentista. El mundo siguió girando por encima de la órbita de nuestro ombligo. Y pasaron cosas, muchas, aunque desde nuestra caverna solo acertáramos a ver un teatro de sombras chinescas; postverdad nos dijeron que se llamaba eso de caer en la trampa, en las redes, también en las sociales.

El 20 de enero, sin ir más cerca, tomaba posesión Donald Trump de la presidencia de los Estados Unidos, acompañado de una atormentada Melania y de unos no menos cariacontecidos Michelle y Barack Obama. Y aunque desde ese día el mundo es un poco más oscuro, nada hacía pensar en el apagón general que nos traería el resto. 2017 ha sido el año de los atentados, casi un millar y más de 11.000 muertos víctimas de la sinrazón yihadista. También a eso nos hemos acostumbrado. Londres, Manchester, Siria, Afganistán… Qué más da. Incluso cuando nos tocó a nosotros, disfrazamos el dolor de esteladas y reproches. Con un corazón tan chico, no llega la sangre al cerebro.

En febrero, la sentencia del ‘caso Noos’ condenaba a seis años de prisión al que, en su día, fue el yerno más deseado del reino; a su mujer, los jueces la dejaban como estaba, sin enterarse de nada. Igual que nosotros. En marzo, la guerrilla de las FARC y la banda terrorista ETA hacían oficial su desarme, pero ‘Patria’ ya era oficialmente la novela del año, y siempre nos gustó más la ficción que la realidad. Una realidad que, por momentos, nos azotaba con huracanes, con terremotos, y hasta con misiles de cartón piedra –o no, la vista desde la caverna no es siempre la verdadera– mientras Europa discutía las condiciones de su divorcio, y Macron vencía en las urnas a la ultraderechista Le Pen –hasta las películas gore dan un respiro de vez en cuando–. Portugal pondría los minutos musicales, y ‘Amar pelos dois’, triste, lenta y cautivadora, ganaba el festival de Eurovisión solo unos días antes de que ardiera el país vecino.

El fuego también nos visitó. Doñana estuvo llorando cenizas que llegaron hasta nuestras azoteas y que nos nublaron aún más el conocimiento. El presidente del Gobierno declaraba en julio como testigo en el ‘caso Gürtel’, en una comparecencia diseñada al detalle y la Tierra seguía bailando sola, sin coger el compás.

El verano nos trajo un largo verano. Y septiembre paró los relojes. Y empezó el disparate al que llamamos primero separatismo, luego independentismo, luego soberanismo y al final, surrealismo. Hay películas que es mejor verlas desde la caverna. Y Els Segadors sigue pareciendo una romanza de zarzuela. A partir de ahí, cualquier cosa, no hace falta que las vuelva a repetir, aunque el mundo siguió girando y ninguna de las imágenes del disparate forma parte del anuario mundial. Así de grande tenemos el ombligo, pero su memoria, igual que la mía, se paró en aquellos días en los que volvimos a vivir episodios de nuestra historia que no habíamos vivido nunca, y en los que aprendimos que cualquier tiempo pasado, pese a Manrique, fue peor. También se paró el país, y al paro se sumaron las comunidades autónomas y hasta las ciudades que ya estaban paradas –como la nuestra– se echaron a dormir. Tampoco se acuerda usted de Samuel, el cuerpo con nombre que llegó a las playas de Zahora, porque ni las pateras ni los refugiados hacen tanto ruido como para despertar conciencias.

Cádiz es la bella durmiente. Ni la doble despedida de Antonio Martín ni la madrugada sin Perdón, ni los millones europeos, ni el adiós para siempre a las barbacoas, ni aquel camión que se cayó desde el puente Carranza, se quedaron en nuestra memoria. 2017 será el año de las ratas, de los gatos, del agua del grifo y, otra vez, del museo del Carnaval. Siempre tenemos puestas las gafas de cerca, y así nos va.

Pasaron cosas, ya ve. Y se nos fue Chiquito de la Calzada, el genio de la lámpara. Y nos dejó aún más a oscuras, a las puertas de un año que, contra todo pronóstico y según nuestro alcalde, va a ser «el año de Cádiz», el año de la «orfebrería financiera» –precioso, no me lo discuta–. Quién lo sabe. Tampoco 2018 lo tiene muy difícil para superar el año que dejamos hoy.

Así que, por si acaso, abra esta noche las ventanas y deje que 2017 se vaya por donde vino; abríguelo bien, déle un par de besos y dígale ¡hasta luego, Lucas!

¡Feliz Año Nuevo!

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