OPINIÓN

Caída

Los movimientos de protesta en nuestro siglo XXI se nutren de la energía psíquica de miembros dotados de un fuerte individualismo

Ramón Pérez

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La caída del ángel Satanás no es sino la expresión mítica, en el mundo antiguo jerarquizado, de las fatales consecuencias del intento de observar, desde el lado opuesto, a Dios y a su Creación. Desde el juicio de la sociología de sistemas es manifestación simbólica del destino que aguarda a quien pretende observar la cara contraria de la observación divina. El carácter satánico resulta consecuencia del sentimiento íntimo de considerarse mejor que Dios y conduce a ese territorio donde la esencia sagrada se contamina con la marca del pecado.

Pablo Iglesias, con cierto eco de premonición en su propio apellido, se había arrogado desde un principio este papel de superioridad satánica (ya fuera atendiendo a la ley del corazón o bien la insensatez de la oscuridad propia, que diría Hegel). Podemos fue fruto del parto de un movimiento de protesta. Protesta esta, por mucho que se quisiera teñir con tintes izquierdosos, muy alejada de aquellos movimientos socialistas del XIX, íntimamente ligados a condicionamientos clasistas y al trabajo en las fábricas, que, en base a ello fue capaz de organizarse y armar una teoría.

Los movimientos de protesta en nuestro siglo XXI se nutren de la energía psíquica de miembros dotados de un fuerte individualismo, obligados a enfrentarse no a las condiciones de explotación laboral de la industrialización, sino más bien a la paradoja de las exigencias de sus condiciones de vida. Individuos que necesitan otorgar sentido a su existencia para que estas exigencias no se vean obstaculizadas. No es casualidad, pues, que sean los jóvenes universitarios los más sensibles a estas paradojas vitales, y que, como ‘afectados’, construyeran los argumentos a favor de los ‘afectados’ (‘indignados’ en la jerga del movimiento).

Como movimiento social que reaccionó a la paradoja de investir de sentido a sus propias exigencias a fin de mantenerlas, reclutó con éxito en una tropa muy inestable que encontró en esto la razón para participar. La unidad del movimiento se fraguó sobre la protesta, forma de influenciar políticamente, pero fuera de los cauces normales. Un modo de proceso extraordinario y urgente de asuntos considerados de calado vital. Nos encontramos, pues, con una comunicación de protesta social que pretende dar la impresión de ocurrir fuera de la sociedad, la visión del ángel ‘antisistema’ que con un fuerte sentido de la responsabilidad social se expresa en contra de la sociedad.

Los simpatizantes del movimiento hicieron causa común y la producción de las buenas razones de su protesta resultó vertiginosa, copiando de manera infatigable y airada la técnica de observación ‘desde el lado opuesto’ en la multicopista del demonio. Trataron de establecer, dentro de la unidad social, un límite para su propia unidad donde sentirse irreflexivamente mejor que los demás a la luz de sus propias reflexiones. La tinta para la impresión fue la de la culpa: el destino catastrófico de la sociedad está marcado por ‘los otros’.

Esta construcción imaginaria pudo sostenerse mientras que el movimiento no tomó el derrotero de la acción política convencional. A pesar que continuó el intento de marcar claramente la frontera frente a ‘la casta’, el código del sistema político ha acabado imponiendo sus condiciones en el modo de comunicación. La compra de un chalet de seiscientos mil euros no es reprochable ni ética, ni legal y ni siquiera políticamente. Solo es una manifestación de que el Ángel (doblemente) Caído ha abandonado ya el camino de la protesta social antisocial, y ha optado por la senda ortodoxa de las comunicaciones del sistema del poder. Queda por ver la reacción de los indignados.

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