Juan Casas

Bías y la maldad de la humanidad

Luciano de Crescenzo, en su obra Historia de la Filosofía Griega I, cuenta una anécdota muy curiosa que me da pie para hablar de la bondad o no de la humanidad

Juan Casas

Según Luciano de Crescenzo en su obra Historia de la Filosofía Griega I, sobre los siete sabios de Grecia, que no fueron siete, sino veintidós, se cuenta una anécdota muy curiosa que me da pie para hablar de la bondad o no de la humanidad.

Parece ser que en una ocasión los siete principales decidieron hacer una excursión a Delfos, cerca del templo de Apolo y cuando llegaron fueron recibidos con todos los honores por el sacerdote más anciano que viendo reunidos a lo más selecto de la sabiduría griega, se le ocurrió que cada uno grabase una frase, que sirviese de lección, en las paredes del templo. El primero que se decidió fue Quilón de Esparta que escribió en el frontón de la entrada su famoso: Conócete a ti mismo. Los demás fueron imitándole y así Cleóbulo a la derecha del portal grabó su dicho: Óptima es la medida. Le siguió Periandro que a la derecha escribió el suyo: La cosa más bella del mundo es la tranquilidad. Solón en una esquina escribió su lema: Aprende a obedecer y aprenderás a mandar. Tales de Mileto, escribió en una de las paredes exteriores su dicho: Acuérdate de los amigos. Pítaco arrodillado en el suelo escribió en éste: Devuelve el depósito. Sólo quedaba Bías que no se decidía, alegando que no sabía que escribir; pero ante la insistencia de todos y, advirtiéndoles antes que sería mejor que no escribiera nada, con un cincel grabó: La mayoría de los hombres es mala. Y aquí empiezan mis reflexiones.

¿Tenía razón Bias? ¿somos malos la mayoría de los hombres? Si acudimos a la historia, empezando por la Biblia, ya el primero sí lo fue al desobedecer la orden que Dios le había dado de que respetara un árbol, que sería igual a muchos de los que allí había, pero que lo reservaba para él. En el Paraíso habría muchos árboles iguales de los que podía comer, pero Adán no resistió la tentación de comer del único prohibido. Esto para mí fue una prueba de convivencia; de saber o no respetar lo que es de los demás, no un capricho de Dios. Porque la Biblia se puede leer de dos manera: de forma literal o de forma alegórica, como decía Filón de Alejandría y como la interpretaba después san Ambrosio de Milán que consiguió con sus sermones la conversión de san Agustín, que dejó de pensar que la biblia era un cuento para niños y para viejas. Siguiendo con la Biblia tenemos a Caín que por envidia mató a su hermano Abel.

Ahora nos vamos a la Historia. Ya entre los hombres de las cavernas existieron problemas, desavenencias y luchas entre los distintos clanes o tribus que había. El pueblo de Israel estaba en continuas luchas con los pueblos vecinos; Egipto esclavizó a este pueblo y a otros muchos más; Alejandro Magno fue otro de los grandes conquistadores y Roma conquistó, prácticamente todo el mundo conocido entonces. En la España medieval estuvimos ocho siglos luchando contra los musulmanes y, por no extenderme más, no olvidemos las dos grandes guerras del siglo XX, además de las innumerables guerras menores.. Y así seguimos. ¿Porqué ocurren las guerras? Pienso que por lo mismo que Adán desobedeció la orden de Dios, por falta de convivencia, por no respetar lo que no es nuestro. Esta es una parte mala del hombre.

Hace dos mil diez años, aproximadamente, nació en Belén un niño que de adulto revolucionaría con sus doctrinas, el orden establecido, lo que le llevó a la muerte en la cruz, el mayor castigo de la época. Predicaba el amor entre los hombres, aunque fuesen enemigos, como el samaritano de la parábola que socorrió a un judío herido; la misericordia; que todos somos hijos de un mismo padre, enseñándonos a dirigirnos a Él, como Padre Nuestro(…) y por último desde la cruz, pidió el perdón para los que le habían crucificado. Esta sería la parte buena si actuáramos así. Luego Bías no tenía totalmente razón en su famosa afirmación. En el hombre hay tendencias al mal, pero también al bien.

El nacimiento de este niño es lo que estamos a punto de celebrar, lo que conocemos como La Navidad. Nuestras calles se iluminan de forma extraordinaria; se ofrecen por los medios de comunicación, toda clase de productos y se incita a la gente al consumismo. No es que me parezca mal que se hagan gastos extraordinarios en estas fechas, pues cuando se celebra algo grande es normal estar alegres. Lo que ya no veo bien es la identificación de la Navidad con el gasto: Uno de los muchos anuncios que se ven y oyen en los medios de comunicación con motivo de las próximas fiestas navideñas es este: No hay Navidad sin regalos. Y yo me pregunto ¿En qué estamos convirtiendo la Navidad?

De acuerdo con los citados anuncios y los reclamos de los comercios, tanto pequeños como grandes almacenes, da la impresión de que la Navidad es una fiesta inventada para hacer regalos. ¿Has pensado ya lo que vas a regalar esta Navidad?, reza uno de ellos y a continuación presenta una serie de objetos: juguetes, joyas, bolsos, libros, etc. Todos de tipo material, todos se pueden comprar con dinero. Y lo grave, no es que el comercio intente vender que para eso está, sino que la gente se crea de verdad que si no hace algún regalo es como si no estuviese en Navidad. En otro, un niño le dice al padre: ¡mira papá una estrella fugaz!; cierra los ojos y pide un deseo para la Navidad. A continuación se anuncian varios cruceros. Otro anuncia una bebida diciendo que sin ella no hay Navidad.

El único viaje que se hizo en la primera Navidad fue en un humilde asno y por caminos pedregosos y peligrosos y, además, no fue precisamente un viaje de placer, como los que ofrecen las agencias en el anuncio citado, sino obligado por las exigencias legales de la orden de empadronamiento que había dictado el emperador Octavio Augusto. Y los viajeros no tenían reserva en un gran hotel, sino que se tuvieron que alojar en una cueva de pastores de las afueras, porque en las posadas ya no había sitio para ellos. Y cuando llegó la noche de la primera Navidad, estaban solos y sin apenas comida. Allí no había langostinos, ni cochinillos, ni pavo, ni champán, ni dulces. Seguramente lo más que tendrían para cenar sería un pedazo de pan y otro de queso y, lo más probable, ambos duros. Tampoco había luces extraordinarias, sino que se tendrían que conformar con la tenue luz de algún candil y con la calefacción natural que proporcionaban los animales que había en la cueva, tradicionalmente una mula y un buey, pero seguramente habría también alguna oveja. ¡Vamos una lujosa suite!

Este fue el escenario de aquella primera Navidad que nosotros lo hemos transformado completamente ¡cosas del progreso!

Yo recuerdo la Navidad de mi niñez y juventud. En primer lugar no se hablaba de ella hasta dos o tres días antes. Ahora en el mes de agosto se comienzan a ver los anuncios de la famosa lotería y desde mediados de octubre o a lo sumo primeros de noviembre ya nos están dando la matraca con la dichosa navidad (obsérvese que escribo esta navidad con minúscula).

Es posible que al leer este artículo alguien piense que yo estoy en contra de estas fiestas y en cierto modo quizás acierten, porque, efectivamente, no me gusta la Navidad tal como está planteada: fiestas de derroche y de jolgorio. No, a mi no me gusta esta navidad, sino la Navidad que yo conocí. Una Navidad sencilla y familiar, en la que, desde luego había regalos, pero en la que no se identificaban estos con la fiesta que se celebraba. .Y es que sabíamos que era lo que se estaba celebrando. Ni más ni menos que el nacimiento de Dios hecho hombre. ¿Saben eso la mayoría de los niños y jóvenes de ahora? , ¿Qué nos contestarían si le preguntásemos que es la Navidad? Me temo que muchos contestarían que es una fiesta en la que la gente se hacen regalos unos a otros.

Y sí, efectivamente en aquella primera Navidad hubo regalos, uno solamente, pero muy valioso. Nada más y nada menos que el descubrimiento de la importancia del hombre y, al decir hombre me refiero al ser humano en sus dos sexos, pues muy importante debe ser cuando Dios decide hacerse uno de nosotros, ¡qué mejor regalo!

Juan Escoto Eriúgena, el mayor talento especulativo del siglo IX decía del hombre lo siguiente: “ El hombre no ha sido llamado inmerecidamente oficina de todas las criaturas; en efecto, todas las criaturas se contienen en él. Entiende como el ángel, razona como hombre, siente como animal irracional, vive como el gusano, se compone de alma y cuerpo y no carece de ninguna cosa creada”. Pues este es el regalo que aquel Niño nos hizo al hacerse uno de nosotros, el que comprendiéramos la importancia de ser hombre y cómo hacer para comportarnos como tales.

El mismo Jesucristo lo diría después claramente: el reino de Dios no está aquí o allá, el reino de Dios está entre vosotros. Practiquemos, pues, el amor al prójimo, aunque sean enemigos; la misericordia, ya que todos tenemos necesidad de ella, muchas veces, a lo largo de nuestra vida. Y cuando vayamos en el autobús, o por la calle, digamos Padre nuestro, para recordar que todos somos hermanos. Hagamos, no solamente regalos que se puedan comprar en la tiendas, sino, además y sobre todo, los que no se pueden comprar con dinero como, por ejemplo: una sonrisa, una mano por encima, un halago, un dedicar más tiempo a la compañía de los seres queridos, etc.

Seguramente que los niños recordarían mejor la Navidad si en ella sus padres le dedicasen más tiempo que si les colmaran de regalos pero no estuvieran con ellos. Todo esto, claro está si queremos recordar aquella primera Navidad; si por el contrario olvidamos este detalle, mejor será que las llamemos fiestas del solsticio de invierno como algunos proponen, dejando la Navidad para los que crean en ella.

Ya sé que este artículo no resultará políticamente correcto para muchos, pero pienso que refleja la realidad en la que hemos convertido esta fiesta entrañable.

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