El Balneario de la Caleta

Desde principios del siglo XIX existían en la gaditana Playa de la Caleta unas instalaciones balnearias llamadas «Baños del Real»

Julio Malo

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Desde principios del siglo XIX existían en la gaditana Playa de la Caleta unas instalaciones balnearias llamadas «Baños del Real» porque su disfrute salía a real por bañista, durante otros tiempos fueron gratuitos y en ocasiones se cobraba un pequeño canon a beneficio del Hospicio Provincial. Aquellos baños públicos fueron precarios tinglados de madera, semejantes a otros tantos que se instalaron en distintos lugares del perfil marítimo de la ciudad, como los del Carmen en la Alameda de 1860, o los de San Carlos al pie de esa muralla desde 1875. A principio de los años veinte, un ambicioso proyecto de la Diputación Provincial sustituye los barracones provisionales por una edificación de prestancia, los «Baños del Real y de la Palma», según proyecto del arquitecto Enrique García Cañas, cuya propuesta gana un concurso convocado al efecto, mediante elegante pieza ecléctica al modo de las estaciones balnearias europeas del XIX, no exenta de soluciones constructivas avanzadas, como los finos pilotis mediante los cuales se eleva sobre la arena de la playa. Su planta semicircular en delicada tangencia con la muralla se abre al océano de poniente.

Desde el fin de las obras en 1924, ha representado uno de los hitos más relevantes del borde amurallado de Cádiz, importante equipamiento popular vinculado al barrio de La Viña, posteriormente cedido para explotación hostelera. La crisis del negocio y las patologías propias de su delicada situación en medio marino, provocaron un grave deterioro; mediados los años setenta la propiedad ejecuta obras de restauración con pésimos resultados, pues el gunitado de los pilotis desvirtúa su elegancia y la propia ocupación de la playa, al devenir en incómodas y antiestéticas «patas de elefante». Ya en los años 80, el Ayuntamiento apostaba por demoler unas ruinas que perjudicaban el desenvolvimiento de la popular playa; el senador Jaime Pérez Llorca también apoyaba esa idea, y la vinculaba a la restauración del lienzo de muralla de La Caleta. Otras personas sin embargo defendieron el interés histórico y emblemático del edificio, para evitar así la demolición promovieron su declaración como «Bien de Interés Cultural». Se consiguió la aprobación del expediente y además la Junta planteó un proyecto de rehabilitación como Centro de Arqueología Subacuática; aunque su ejecución excedió lo dispuesto por la legislación andaluza que solo admite obras de mantenimiento y restauración en este tipo de bienes protegidos.

Pasear por la mágica Ensenada permite aspirar el perfume de la ensoñación aventurera, tal vez por la densidad de evocaciones, desde los imponentes castillos a los restos sumergidos de ciudades milenarias. También invita a pensar en ese mundo más reciente de los balnearios marinos, el desarrollo de la cultura saludable, deportiva y lúdica de las playas dio lugar a la ordenación del litoral atlántico extramuros, iniciada con el Gran Balneario Victoria de 1906, compatible siempre con la puesta en valor de una playa popular en el centro histórico de la ciudad. La Caleta ya hace mucho que no tiene balneario, más aún creo inapropiado el uso actual de ese edificio que sí lo fue. En mi opinión, podría recuperarse la finalidad para la cual se levantó hace casi un siglo: Balneario al servicio de los usos recreativos en la playa: vestuarios, aseos, almacén de utillaje, incluso bar-cafetería y otras prestaciones, trasladando los usos científicos a un lugar más amplio y adecuado que bien podría ser el Castillo de San Sebastián y la Avanzada de Santa Isabel, grandes equipamientos aún sin apenas contenidos, y solo parcialmente rehabilitados.

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