Gas y postureo

Van dos semanas y Sánchez no pasa del gesto

Luis Ventoso

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Tierno Galván, que tras su fachada docta ocultaba un colmillo de curare, solía decir que «las promesas electorales están para incumplirlas». Sánchez, el presidente provisional, que se niega a que los ciudadanos puedan pronunciarse sobre si debe mandar o no sobre ellos, se pasó los últimos tres años repitiendo este mantra: «Lo primero que hará un Gobierno socialista es derogar la reforma laboral de Rajoy». Lo aventaba a voz en cuello en cada mitin. Hoy ya sabemos que lo primero que no hará es derogar la reforma laboral de Rajoy. En cambio sí intentará gobernar con los presupuestos que heredó de él, que tachaba de «antisociales».

Gas y postureo. Tal es el resumen del arranque del nuevo Gobierno, porque no hay más cera que la que arde, pues la UE acogota el margen de maniobra para verbenas contables, y porque no se puede gobernar con 84 diputados y sin presupuesto, la herramienta esencial de un Ejecutivo. ¿Y cómo se enmascara ese gas? Pues con palabrería y gestos cosméticos. Incapaz de aportar soluciones para los problemas medulares de la nación, el eventual presidente disimula su inanidad con raptos de buenísimo poco meditados, como traer al Aquarius apresuradamente a Valencia (hermoso gesto y también perfecto imán para disparar la llegada de pateras), o retirar las concertinas de Ceuta y Melilla (se supone que Marlaska ya habrá previsto qué hacer con las riadas de inmigrantes que anegarán las dos pequeñas plazas).

Todo es lírica buenista, que en nada mejora nuestras vidas, pero que puede cuajar, porque merced a la abulia de Rajoy y la torpeza de Santamaría, la izquierda ostenta el cuasi monopolio televisivo, crucial a la hora de orientar a la opinión pública. En España no existe una sola televisión conservadora robusta, una anomalía única en Europa, pero sí varias del sesgo contrario, que copan la audiencia. «Vamos a devolver a España a Europa», celebra la portavoz del nuevo Gobierno. En puridad es una bobería, pues España ya estaba perfectamente encardinada en la UE, acorde a lo que le toca por peso demográfico, y además Rajoy había establecido una relación privilegiada con Merkel. Pero la frase cala, porque no existe pensamiento crítico y sí mucha emotividad partidista. «Vamos a recuperar la sanidad universal», anunciaron el viernes, como si hubiese sido desmantelada. En realidad se referían a que se otorgará atención médica a todos los sin papeles, ocultando el dato de que el Gobierno anterior jamás la retiró para casos de urgencia y para las madres con problemas. La ciudadanía es tratada como si fuese una grey infantil, a la que se le hurta el debate crucial sobre si el sistema sanitario es sostenible sin medidas de ahorro.

«Rajoy se oculta tras el plasma», salmodiaban a diario Sánchez y su corte. Han pasado quince días y el presidente, que ha tenido que cesar a un ministro y tiene ya a otro imputado, sigue sin aceptar una sola pregunta de la prensa. Gas, palabrería e inhibición pusilánime ante quienes lo han hecho presidente, los separatistas catalanes, que ya reabren sus embajadas mientras el presidente mudo hace el avestruz en su soñada Moncloa.

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