...¡Y España existe!

Contrasta la solidaridad con Mallorca con la campaña antiespañola de Armengol

Luis Ventoso

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Una catástrofe imposible de prever. Un fenómeno que según los meteorólogos ocurre «una vez cada mil años». Una población mallorquina de ocho mil vecinos se ve golpeada por una súbita bomba de agua y lodo, que deja un reguero de muerte y destrucción. En seis horas cayeron allí 232 litros por metro cuadrado. El cauce del torrente que surca Sant Llorenç estaba bien mantenido, pero se quedó minúsculo ante una riada de plaga bíblica. Los coches danzaban como barquitos de papel, zarandeados por la ola urbana. Algunas casas se vieron anegadas y hubo vecinos que murieron ahogados en sus propios garajes.

Una situación espantosa. Pero los vecinos de baleares nunca estuvieron solos. Al instante sintieron el respaldo emocional, técnico, político y material de un gran país, que me parece que se llama España y mucho me temo que lleva existiendo unos cuantos siglos. Ojeo las webs de los grandes diarios europeos. Algunos, como The Times y Corriere della Sera, recogen en sus aperturas una foto de la tragedia. Otros la reducen a un breve en la parte baja, como Le Monde o el Diario de Noticias Lisboa. Pero no hay periódico español que en la hora en que escribo no abra su edición digital con un potente despliegue sobre Mallorca. Todo el país se ha volcado, como no podía ser de otra manera. El presidente del Gobierno y el líder de la oposición ya estaban en la zona castigada a primera hora de la tarde, dando su apoyo a los vecinos y atendiendo a sus demandas. Deportistas y personajes populares expresaron de inmediato su solidaridad. Rafa Nadal, probablemente el español vivo más admirado, ofreció las instalaciones de sus escuelas de tenis para cobijar a los damnificados. Los soldados de la UME ayudaron en los rescates y tareas de desescombro junto a la Guardia Civil. Las televisiones españolas dedicaron todo su arranque a la riada, con largos desarrollos para contar una noticia que hoy abre cada periódico nacional.

Toda España estuvo de un modo espontáneo con Baleares, porque es parte de nuestro país, porque lo que les ocurre a ellos nos sucede e importa a todos. Es el sello de una andadura entrelazada, que incluso queriendo no puede soslayarse. Tanta solidaridad y afecto contrastan con la campaña, a veces sutil, a veces abiertamente hostil y siempre absurda, que mantiene la presidenta de Baleares, Francina Armengol, contra España y lo español. Armengol es una de esas militantes del PSOE que en realidad es nacionalista y gobierna en coalición con ellos, plegándose acomplejadamente a sus planes de fomentar activamente el extrañamiento hacia España. Como me decía ayer un amigo, «el PSOE es hoy una marca blanca, que se va adaptando a los nacionalismos locales». Cierto. El PSOE se ha dejado la E de Español en algún recodo del zapaterismo y no la va a recuperar con Sánchez, que ha caído en la felonía de coaligarse con los sediciosos catalanes para desalojar del poder a un partido constitucionalista. Si el PSOE recuperase el patriotismo, el horizonte del país se despejaría enormemente. Pero están en la empanada identitaria y la obsesión con las minorías, dando la espalda a la corriente ancha de la sociedad española, que sí quiere a su país.

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