Rosa Belmonte

Wonder Lola

El creador de la Mujer Maravilla creía que el secreto del atractivo femenino radicaba en disfrutar de la sumisión

Rosa Belmonte
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William Moulton Marston, el creador de «Wonder Woman», era muy feminista. También estaba obsesionado por la sumisión. Su heroína solía estar atada. A los que criticaron que las historietas tuvieran por eso mismo un punto sexual les dijo: «No espero que se entienda de qué va todo esto, pero el secreto del atractivo de las mujeres es que disfrutan de la sumisión y de ser atadas». Vaya, José Antonio Primo de Rivera también era del mismo palo. En un discurso en Don Benito el 28 de abril de 1935, se dirigió con estas palabras a un público fundamentalmente femenino: «No entendemos que la manera de respetar a la mujer consista en sustraerla a su magnífico destino… El hombre es torrencialmente egoísta; en cambio la mujer casi siempre acepta una vida de sumisión, de servicio, de ofrenda abnegada a una tarea».

Al futbolista inglés Frank Lampard le ha caído una buena por poner una foto en Instagram de su mujer besando a su perro y el texto «My two bitches» (mis dos perras o algo peor). Ha tenido que borrarla por todo lo que lo han llamado. De machista, la palabra mágica siempre a punto, para arriba. Ni mencionar que, tras el lío montado, Christine Bleakley, la bitch humana, es decir, su mujer, aseguró que lo de bitches es una broma, que cualquiera que conozca a Frank lo sabe. Por supuesto, no se molestó. «Y si alguien se ha molestado, pues mira, soy yo». He leído a alguna chiflada en el «Mirror» asegurando que los hombres no deberían estar autorizados a hacer chistes sobre las mujeres. «Es opresivo». Amárrame los pavos. Ya sólo se puede bromear en privado, entre gente de confianza, como cuando sacrificamos niños para beber su sangre.

Hay un viejo libro muy curioso de Ira de Furstenberg titulado «Bella a cualquier edad» donde la princesa habla con 33 mujeres excepcionales sobre sus secretos de belleza o elegancia. Una de ellas es Françoise Giroud. Fue script de Jean Renoir; estuvo en la Resistencia; enseñó a André Gide a usar el yoyó cuando fue a trabajar con él como secretaria; dirigió «Elle» y «L’Express»; no soportaba a Simone de Beauvoir, y Sartre la consideraba «enemiga del pueblo». Dejó «L’Express» para ser secretaria de Estado sobre la condición femenina con Giscard y luego ministra de Cultura (organizó los funerales de Malraux en el Louvre y en lugar de una foto del muerto puso la de un gato esfinge). De Giscard siempre recordaba que introdujo a varias mujeres en el Gobierno y que apoyó la ley del aborto que defendió Simone Veil. «Probó que la línea entre machistas y feministas no coincide necesariamente con la división entre la derecha y la izquierda». Pero vuelvo a lo que dijo a Ira de Furstenberg una señora tan importante. Precisamente sobre qué es lo importante: ser financieramente independiente. «Puedo entender a una mujer que permanece junto a un hombre que le pega ocho veces al día, si ella lo ama. Pero no si no puede pagar el alquiler. Eso es lo más humillante del mundo. Y cuando la humillación comienza a manifestarse en una mujer, su belleza, por magnífica que fuera, empezará inevitablemente a abandonarla». Di algo semejante ahora.

En España hemos tenido otra mujer excepcional, Lola Flores. Hay una entrevista muy loca, «un psicoanálisis periodístico», que Julián Cortés Cavanillas le hace en ABC en 1964 (lo recoge Juan Ignacio García Garzón en «Lola Flores: el volcán y la brisa»). Una de las preguntas: «¿Qué cualidad prefieres en la mujer?». Respuesta: «Que sea dócil, que eso es ser mujer…». Y a ver quién encuentra en España o fuera una mujer más libre que Lola Flores. Wonder Lola.

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