La verdadera independencia

La democracia es un sistema de equilibrio de poderes donde el judicial señala los límites del ejecutivo y el legislativo

Ignacio Camacho

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Que se lo agradezcan a Puigdemont. Sin la espantá del fugitivo, citada expresamente en el auto de prisión de la jueza Lamela, podría haber quedado sometido a duda razonable el riesgo de huida del resto de los procesados. Junqueras y los demás eran conscientes desde el sábado de que la evasión de su jefe de paja los había dejado a los pies de los caballos. También deberían serlo de que en el Estado de Derecho –y España lo es plenamente por más que se empeñen en denigrarlo– todo el mundo, también los dirigentes políticos, ha de afrontar la responsabilidad de sus actos. Y ellos han recibido, como recuerda asimismo la magistrada, advertencias de toda clase durante los dos últimos años.

La democracia es un sistema de equilibrio de poderes en el que el judicial señala los límites del ejecutivo y el legislativo . Se lo recordó a Trump el juez de Seattle que le tumbó sus decretos migratorios en una corajuda demostración de su libertad de ejercicio. La nomenclatura separatista se ha empeñado en ignorar adrede este principio tratando de crear una legalidad paralela fundamentada en un montón de falsos mitos. Pero se ha acabado el tiempo de los intocables y ha llegado el de recordar que el poder, por legítima que sea su elección, también puede cometer delitos.

No es en cambio misión de la justicia ponderar si sus decisiones tienen o no efectos políticos. Es posible que el encarcelamiento de la cúpula del procés beneficie en las urnas a sus partidos; si hay algo que saben explotar los nacionalistas es el victimismo. Pero esa clase de consideraciones no puede condicionar jamás los actos jurídicos porque eso supondría una ventaja desigual para cualquiera que desempeñe cargos representativos. Está por ver, además, que el independentismo no haya tocado ya techo y que la sociedad catalana no empiece a estar cansada de aventuras que la asoman al borde de un precipicio. Cuando se lanza un desafío de este calibre, los insurrectos han de saber que pueden perderlo o ganarlo, y éste de momento lo han perdido. Han topado con la verdadera declaración de independencia de un tribunal decidido a mantenerse en su sitio.

En todo caso, da igual. Si las cosas han llegado a este punto tan tenso ha sido en buena medida por el fracaso de la teoría del apaciguamiento. Nunca ha funcionado –tampoco en esta crisis– una sola medida contemplativa o de prudencia, salvo para acostumbrar al nacionalismo a expandirse sin freno. Como ya hay poco que perder toca probar por el camino opuesto: el arbitrio de la autoridad sin fueros, sin inmunidades, sin privilegios. Con plena conciencia de que la razón de la ley es incompatible con el miedo.

Y sí, acaso esperen días difíciles; pero no mucho más que los ya vividos. Toda revolución, y ésta lo es, está salpicada de momentos críticos; por eso es importante que el Estado cumpla hasta el final con el respeto que se debe a sí mismo.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación