El triunfo de la probidad

Casado creyó en que ese partido noqueado, desnortado y humillado tenía aun suficiente músculo moral para reaccionar

Hermann Tertsch

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Lo primero que hizo Pablo Casado al saberse ganador del congreso y nuevo presidente del Partido Popular fue llamar a la Casa Real para informar personalmente de su nombramiento y expresar la total lealtad propia y del partido que preside a Su Majestad el Rey. De momento, eso ha ganado ya España con el espectacular acontecimiento político que es la victoria de Casado. La Corona va a necesitar a todos los defensores de este nuevo líder, su partido y todos los demás líderes y partidos que defienden la unidad de España, el orden constitucional y la convivencia pacífica.

A su rival no se le habría ocurrido. De ganar, habría estado ofuscada en la celebración del triunfo de las técnicas tradicionales del ejercicio del poder. Satisfecha y ufana de la obediencia mostrada por los compromisarios y sobre todo de la eficacia del poder. Lo acostumbrado. Pero pasó lo contrario. Lo que es un mensaje optimista que va más allá de la militancia y el electorado del PP. Y siembra la inquietud en todos los rivales y enemigos de este partido por mucho que lo nieguen. Querían que ganara la reina del cambalache. Porque se han beneficiado mucho del mismo. La victoria de Casado y las semanas que hicieron posible lo antes impensable han sido un triunfo de la probidad frente a la trampa. Ha ganado quien, algo inusual en España, dejaba claro que concurría para ganar y no para repartir cargos. Que quería imponer criterios y principios que considera mejores que los de su rival. Que no quería cambalaches de consenso, sino poner patas arriba y reactivar un partido que Mariano Rajoy y Soraya dejaban con el encefalograma plano y aparentemente sin músculo moral.

Se han equivocado todos los periodistas y analistas, observadores y compañeros o enemigos que sentenciaban que, al final, el congreso sería un cínico reparto de prebendas y ventajas entre los concurrentes. No ha sido así porque Casado creyó en que ese partido noqueado, desnortado y humillado tenía aun suficiente músculo moral para reaccionar. Hizo un llamamiento a salir de la covacha de los ajustes de cuentas del poder y del frío cálculo permanente de las conveniencias personales. Y funcionó.

Casado ha desafiado y vencido a la asfixiante atmósfera de cinismo que daba por hecha una mera guerra despiadada de intereses entre dos enemigas declaradas. Y después al triunfo del poder y el aparato. Que era el camino más directo a la muerte del partido. Al final han sido los compromisarios los que se han rendido a la evidencia de que Pablo Casado era un candidato infinitamente mejor que Soraya Sáenz de Santamaría. Y aunque fuera cierto, que no siempre lo es, que todos fueran a votar pensando solo en sus intereses personales, resulta que una mayoría llegó a la conclusión de que estos también están en mejores manos con el ahora ganador. Ha ganado el pulso una desenterrada reputación de la probidad.

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