Sic transit gloria mundi

Pasearse por un cementerio siempre es una lección sobre la fugacidad de la vida

Pedro García Cuartango

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He leído que el cementerio de La Almudena de Madrid ha organizado este verano visitas guiadas como si se tratara de un museo o una ruta turística. La iniciativa me parece acertada porque los camposantos son los grandes desconocidos de las ciudades y más ahora porque la gente acude a los tanatorios y los funerales pero rara vez está presente en los enterramientos. Muchos madrileños no han visitado jamás La Almudena, cuyos arcos de piedra y su extraña capilla le confieren un aire de misterio y monumentalidad.

La Almudena es, en realidad, un macrocementerio de cerca de 120 hectáreas, por lo que es muy fácil perderse. Está organizado de una manera caótica e irracional, por lo que uno puede desorientarse con facilidad y toparse con la tumba de un político del siglo pasado o un impresionante panteón. Muchas sepulturas están visiblemente deterioradas por el paso del tiempo y ni siquiera resulta legible la identidad de quienes descansan bajo las lápidas.

Pasearse por un cementerio siempre es una lección sobre la fugacidad de la vida y la futilidad de nuestras ambiciones. Sic transit gloria mundi, como decían los latinos. La muerte iguala a los ricos y poderosos con los pobres y menesterosos, por mucho que los primeros están enterrados bajo mármoles y un lujo que sólo sirve para evocar lo que fueron pero no lo que son.

Soy muy aficionado a visitar los cementerios porque me relajan de la tensión y porque siempre encuentro algo interesante, como me sucede con las estaciones de tren. En París, residí durante un tiempo en el boulevard Voltaire, cerca del Pére-Lachaise, donde están enterrados Balzac, Camus, Chopin, Edith Piaf, La Fontaine, Oscar Wilde y Jim Morrison. Me gustaba pasear por este lugar, donde es fácil encontrar las sepulturas de personajes celebres. En una ocasión, cogí una flor de la tumba de Proust que guarde durante años en las páginas de La Recherche hasta que se convirtió en polvo.

Hay cementerios que merece la pena visitar. Por ejemplo, el que hay en la isla de San Simón en la ría de Vigo o el de Niembru, cerca de Llanes, que se alza en un paraje idílico junto al mar. En Galicia, hay un pueblo llamado Santa Marina de Aguas Santas, a pocos kilómetros de Orense, donde hay tumbas en las calles, junto a las casas. También me parece maravilloso el panteón de hombres ilustres que hay cerca de Atocha, un lugar desconocido donde están enterrados Cánovas y Sagasta.

Si uno quiere disfrutar de una cierta tranquilidad en momentos de agobio, lo mejor que puede hacer es buscar un cementerio. La cercanía de la muerte relativiza nuestros problemas y nos permite jerarquizar nuestras prioridades. Recuerde el lector la frase que pronuncia el sacerdote los Miércoles de Ceniza: «memento homo quia pelvis es et in pulverem reverteris». Volveremos al polvo. De eso no hay ninguna duda.

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