Tiempo de espera

Éste es un país donde es imposible el consenso, como queda acreditado en su turbulenta historia

Pedro García Cuartango

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Todo hombre sólo vive en base a lo que espera. Lo decía Giovanni Papini y tenía mucha razón. Seguramente por eso el escritor italiano dejó su ateísmo para convertirse en un fervoroso católico al final de su existencia. Recuerdo que descansa en una espléndida tumba a la entrada del cemen t erio de Florencia.

Pero no sólo los hombres viven en función de sus expectativas. También las instituciones, los partidos y sus líderes. En realidad, a falta de proyectos en el presente, la política en España ha entrado en un tiempo de espera cuya duración es imprevisible.

Torra y el independentismo catalán aguardan al 11 de septiembre, fecha de la Diada, para poner en jaque al Estado e impulsar un otoño caliente. Preparan una gran movilización para el 1 de octubre y también están diseñando una estrategia de propaganda para presionar a los jueces cuando se sienten en el banquillo Oriol Junqueras y compañía.

De forma simétrica, el Gobierno de Sánchez también espera un milagro para poder sacar adelante sus iniciativas legislativas con tan sólo 84 diputados. Confía en que obtendrá la mayoría suficiente para la aprobación de los Presupuestos del año que viene, lo que permitiría ganar más tiempo.

Igual les sucede a Albert Rivera y a Pablo Casado. El primero ha quedado descolocado tras la moción de censura y carece de fuerza parlamentaria para tener protagonismo en el Congreso. Al segundo le interesa que las elecciones generales no se adelanten mucho para consolidarse como líder del PP. E incluso a Pablo Iglesias, sumido en la experiencia de la paternidad, no le conviene ninguna agitación prematura.

Todo confluye, pues, en la prolongación de ese tiempo de espera en el que estamos desde hace algunas semanas, favorecido por el paréntesis estival. ¿Qué va a ocurrir en otoño? La política se ha convertido en enteramente imprevisible, pero intuyo que no va a suceder nada. Continuaremos instalados en la dialéctica de confrontación a la que juegan los independentistas, pero éstos no van a pasar a mayores porque ya saben que pueden acabar en la cárcel. Por otro lado, Sánchez seguirá amagando y no dando porque no puede hacer otra cosa.

Lo que es seguro, y aquí no corro ningún riesgo de equivocarme, es que las grandes reformas que necesita el país, enunciadas en el discurso de investidura de Rajoy hace dos años, van a seguir aplazadas. Aquí se habla, se discute, se censura, pero no se hace nada. Entre otras razones, porque éste es un país donde es imposible el consenso, como queda acreditado en su turbulenta historia.

Seguiremos esperando a un Godot que nunca llega, mientras miramos como otros avanzan por el camino. Lo nuestro es esperar. Aguardábamos que llegara la Ilustración y pasó de largo. Luego confiábamos en la Revolución Industrial, pero no se detuvo en nuestro país. Y más tarde tuvimos que hacer cola durante cuatro décadas para entrar en la Unión Europea. Podemos esperar algunos años más sin hacer absolutamente nada.

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