Testado de derecho

Entramos en el último acto del «circo catalán», como empiezan a llamar los medios más serios europeos esta charlotada

José María Carrascal

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Se acabó la broma, sainete, esperpento o como quieran llamar el procés catalán. La juez Lamela ha enviado a la cárcel a Junqueras y a los siete miembros de su exgobierno que han quedado en España, permitiendo solo a uno de ellos, Santi Vila , eludirla con el pago de una fianza de 50.000 euros, gracias a que no participó en la declaración de independencia. La juez apoya la dureza de la decisión en el «riesgo de fuga» de los acusados, vista la espantada de Puigdemont , que no ha hecho ningún favor a sus colegas. Se prevé una orden internacional de «busca y captura» y que Puigdemont se entregue a un juez belga, a ser posible flamenco, que retrasaría su entrega todo lo posible. Lo que demuestra, primero, que la Justicia española se ha puesto en plena marcha, sin importarle que al Gobierno la convenga una sentencia «más política». Como consecuencia, España es un Estado de Derecho, con independencia entre sus tres poderes. La decisión del magistrado del Tribunal Supremo de dar una semana a la presidenta y mesa del Parlament para preparar su defensa por propiciar la declaración de independencia, aunque sometidos a «vigilancia policial», confirma la firme y legalista actitud de la Justicia española ante tamaño desafío independentista. Quienes no saben qué es un Estado de Derecho son ellos.

Pero ¿qué se creían Puigdemont y su «troupe de astutos»? De entrada, que podrían engañar a su pueblo –cosa fácil prometiéndoles un paraíso imaginario–, a los españoles y a su gobierno, evidenciando de paso que España era un «Estado fallido». Pero, en su delirio provinciano y supremacista, no se daban cuenta de que atacaban no sólo a España, sino también a Europa. Lo confirma que Puigdemont eligiera Bélgica como refugio , que era tanto como meterse en la boca del lobo, pues en Bélgica está Bruselas, la capital de la Europa Unida, repito U-ni-da, que se siente directamente amenazada por su proyecto secesionista. Hoy se ve obligado a aliarse con lo peorcito de Europa: una extrema derecha, como la flamenca, con antepasados nazis. ¿Es eso lo que quieren los catalanes para su república independiente? No lo sé, pero de lo que pueden estar seguros es de que entramos en el último acto del «circo catalán», como empiezan a llamar los medios más serios europeos esta charlotada, y el panorama no puede ser más lóbrego para el procés. En vez la arcadia prometida, tienen ante sí un desierto empresarial, aislado de su entorno y, lo peor de todo, conducido por un grupo de fanáticos que no tienen la menor idea de lo que es gobernar, siendo hoy el hazmerreír del continente. He oído a uno de ellos decir que «el Gobierno español aplica soluciones del siglo XIX a problemas del siglo XXI». Al contrario: son ellos los que traen al siglo XXI, que exige la unión, el nacionalismo del siglo XIX, que llenó de guerras el XX. El 21 de diciembre tendrán la última oportunidad de librarse de él. ¿Seny o rauxa?

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