Sobreactuaciones

Más allá de la tentación de la revancha, alguna vez habrá que sacar la política de esta maldita reyerta envenenada

Ignacio Camacho

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La de Luis Planas Puchades es una de las mejores cabezas, si no la mejor, de este Gobierno. Tiene inteligencia, moderación ideológica, talento diplomático y finura de criterio. Ha sido consejero andaluz de Agricultura (y Pesca) dos veces y ocupado cargos de relevancia en el organigrama europeo. Ha negociado en varias ocasiones las ayudas de la UE que constituyen la tarea mollar de su Ministerio, y durante su estancia como embajador en Marruecos aprendió a fondo los problemas del convenio pesquero. Es el hombre adecuado en el sitio correcto: muy pocas personas, y muy sectarias, podrían cuestionar la idoneidad de su nombramiento.

Pero… está imputado. Por un asunto de permisos de pozos en Doñana que le conciernen de su gestión en Andalucía, un remoto problema burocrático. La Fiscalía de Huelva se opone a investigarlo y es probable que en breve quede archivada su presencia en el sumario. Sólo que a día de hoy sigue bajo pesquisa judicial, y lo estaba el día en que accedió al nuevo cargo. Y que Sánchez, que lo sabía o debía saberlo, tiene dicho y escrito que no consentiría imputados en ningún equipo bajo su mando.

De nuevo le rebota al presidente el boomerang de su doble rasero arrojadizo. De su falsa superioridad ética y del grado de exigencia con que ha tratado a los adversarios para acorralarlos reclamando dimisiones al primer indicio. Del encono trincherizo que durante años ha embarrado de linchamientos el campo político. De la obsesión persecutoria con que se han destruido reputaciones y carreras a base de simples apriorismos, cuando el mismo PSOE, en su reglamento interno, establece como momento para la renuncia o la destitución de un dirigente el de la apertura de juicio. Razonable criterio que en la vida pública española sólo rige en la práctica para el propio partido. Ahora le toca sufrir que le tiren a la cara parte del lodo que ha esparcido.

Pero se equivocará la oposición si sobreactúa o gesticula en exceso, si en su afán por achicharrar pronto al nuevo Gabinete -que ya se abrasará solo: al tiempo- no aprende a distinguir la paja del heno. Porque alguien tiene que poner un poco de cordura en este desafuero, y nadie mejor que quien lo ha padecido y tiene sus filas cuajadas de víctimas de atropellos. Esta sinrazón, este alboroto de puritanismo fariseo, tiene que parar en algún momento para que los ciudadanos podamos tomar la política en serio. Y para eso es menester que algún partido sea el primero en dar una lección de ecuanimidad, de ponderación, de limpieza de espíritu, y se sitúe con dignidad por encima del estercolero.

El tornadizo Sánchez merece el sonrojo de quedar preso de sus propias palabras, pero más allá de la tentación de la fácil revancha existen diferencias obvias entre los casos de Huerta y de Planas. La objetividad exige saber apreciarlas para sacar a España alguna vez de esta maldita reyerta envenenada.

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