Siria pésima

Hoy, en Guta, todos deben matar a todos. Y dejar a su Dios que los identifique en el otro mundo

Gabriel Albiac

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En las afueras de Damasco, en Guta Oriental , cinturón verde que separa la capital siria del desierto, un ejército regular de asesinos extermina a una milicia -o, más bien, a una constelación de milicias- asesina. Las diversas fuerzas milicianas están emboscadas en barrios densamente poblados. El ejército regular bombardea esos suburbios sin distinción: primero, porque no es posible diferenciar población civil y combatientes durante un bombardeo aéreo; segundo, porque le es impecablemente indiferente qué pueda sucederle a esa población civil. Las milicias yihadistas se protegen en los centros más sensibles para los habitantes locales, a quienes han tomado como escudo: escuelas, hospitales… No es una táctica nueva para los islamistas: primero, porque no hay otro modo de atraer esa piedad internacional que es su última baza; segundo, porque les es igual de indiferente qué pueda sucederle a esa población civil.

Para la Siria de Al Assad , como para la Rusia de Putin , exterminar al yihadismo pasa por encima de todo escrúpulo moral. Para los militantes de Al Qaida y de Estado Islámico, mantener el territorio que Alá les entregó es un mandato teológico. No hay margen para negociación. Cada uno de ambos debe exterminar al otro. Y la imagen de la toma de Béziers por Simon de Monfort en 1209 me viene a la memoria. A Monfort, que pide consejo para distinguir entre herejes y buenos cristianos, Arnauld d’Amaury, Abad de Citaux y delegado papal, responde: «Mátelos a todos. Dios ya reconocerá a los suyos». Hoy, en Guta, todos deben matar a todos. Y dejar a su Dios que los identifique en el otro mundo. Es la única lógica de la tragedia siria. No hay humanitarismo que pueda atenuar esa barbarie.

La historia de los contendientes no engaña. Por el lado yihadista, Al Qaida como Estado Islámico poseen una reputación homicida firme. Por el del gobierno sirio, los Al Assad atesoran dos generaciones de virtuosismo asesino. Y, desde luego, a la aviación de Putin no le va a crear el menor problema moral llevarse por delante a unos miles de civiles. Lo peor sucederá.

Venimos de un mundo hecho de lógicas duales: el de la Guerra Fría . Pero ese mundo se vino abajo en 1989. Y es como si siguiéramos negándonos a entender que no hay hoy confrontación que sea descriptible en aquellos términos claros de apuesta entre dos polos, de los cuales uno pareciera, si no bueno, al menos tampoco pésimo. Eso se acabó. Vivimos en un mundo sin coordenadas. Un mundo en el que a una abominación hace frente sólo otra abominación: un mundo de asesinos contra asesinos. Destruir el yihadismo en el Cercano Oriente es condición de supervivencia para Europa. Destruir, junto a él, masivamente a las poblaciones civiles tras cuyo blindaje se protege, es la apuesta de Al Assad y Rusia, dictaduras ominosas. Con Europa como beneficiario asqueado.

La conjunción de determinaciones es hoy, en Siria, la peor de todas las posibles. Cualquier cosa que hagamos será mala. Aunque esa cosa sea no hacer nada.

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