Cambio de guardia

Si Casado resiste

¿Qué eligen los militantes del PP? Nadie se engañe. Eligen entre morir (Santamaría) o ir tirando (Casado)

Gabriel Albiac

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Un partido es un mini-Estado transitorio. Ambos vectores articulan su función: prefigurar, en laboratorio, lo que, tras la toma del poder, habrá de ser aplicado a la nación. Pero esa máquina a escala debe saberse efímera. A no ser que aspire a suplir al Estado mismo y erigirse en su eje perenne. De ser así, se entrará en una variedad muy específica de los Estados modernos: aquella que, en los años de entreguerras, se definió a sí misma como Estado total o totalitario. En él, Partido y Estado se funden: el Partido -ahora con mayúscula- pone el alma de la máquina institucional. Su proyecto es el «Reich de mil años» de Hitler o el asalto a los intemporales cielos de Stalin. Da lo mismo. La intemporalidad acaba por dar de bruces siempre en el desastre. Y la eternidad suele ser muy breve.

En las convencionales democracias, los partidos van pasando, para que el Estado persevere. Ese tránsito puede ser lento o vertiginoso. Lo primero parece una peculiaridad anglosajona. Las democracias continentales europeas se inclinan a lo segundo. En la Francia del último medio siglo, las siglas se modifican casi en cada convocatoria electoral: a izquierda como a derecha. En la Italia que creímos congelada tras la Segunda Guerra Mundial, toda la sopa de letras quedó barrida sin que nada en el Estado se alterase. En democracia, los partidos son para durar un rato. Que un partido desaparezca no es nada. Ya saldrá otro. Que un Estado estalle, es una tragedia.

¿Ha llegado la hora de la extinción del PP? Lo ignoro. No sería dramático, en todo caso. Como no lo será, cuando llegue, la del actual PSOE. Desapareció UCD y no pasó nada. Lo que hoy llamamos PSOE no es sino la apropiación de unas siglas vacías, tras la destrucción del partido en el exilio que las ostentaba. Fueron pequeños dramas personales. Pero en nada afectaron a la nación. Volverá a pasar. Afortunadamente. Porque ése es el síntoma de la salud democrática: el Estado vive de la muerte de sus partidos.

¿Qué va a pasar ahora con los conservadores españoles? Si Santamaría vence, el PP desaparecerá con la misma limpieza con la que desapareció UCD. La ex vicepresidenta es la enseña de una política muerta. Que tuvo su tiempo y que cumplió quizás sus objetivos. Tras lo cual, desaparece. Porque la política es cruel y no agradece servicios. Si Casado resiste y logra atravesar el muro de intereses de Estado que alza ante él su contrincante, puede que tenga aún un recorrido por venir.

Los sistemas de elección a dos vueltas no propician, como cierta mala fe proclama, alianzas entre perdedores. La doble vuelta no es alianza. La doble vuelta es el único modo matemático de resolver elecciones entre más de dos aspirantes. Cuando De Gaulle la impuso para la Vª República, su justificación era sencilla: en la primera vuelta se elimina, en la segunda se elige. O sea, ahora.

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