Editorial ABC

Sánchez acierta cuando rectifica

El volantazo en política migratoria debería ser para el Ejecutivo socialista un ejemplo del coste del dogmatismo y de los gestos populistas

ABC

Un año después de la propagandística ceremonia organizada por el Gobierno socialista en el puerto de Valencia para recibir a los inmigrantes del buque Aquarius, la rectificación de aquella política buenista ha permitido a España recuperar el rumbo de la lucha contra la inmigración ilegal y la protección de nuestras fronteras. La propaganda que caracteriza al Ejecutivo de Sánchez provocó el pasado verano -como entonces predijo ABC- un efecto llamada que disparó las llegadas por mar de inmigrantes. El silencio que el Gobierno en funciones guarda estos días sobre la situación del Open Arms, cargado de subsaharianos y sin rumbo fijo, idéntica a la del Aquarius, es una muestra del giro radical hacia el realismo con que, ahora sin alarde, de forma discreta, Sánchez ha hecho frente a un desafío migratorio que terminó por desbordarlo y lo hizo víctima de su propia demagogia. Las palabras de ayer de Carmen Calvo sobre el Open Arms, al que el Gobierno niega el pan y la sal que ofreció al Aquarius, ilustran por sí solas este cambio de tercio

Diseñada a la medida de los dogmas del electorado de izquierda, la irresponsable puesta en escena de la recepción del Aquarius se saldó con un incremento histórico del número de inmigrantes que a lo largo de 2018 llegaron a nuestra a costas, seducidos -e invitados de manera informal- por la bienvenida que representó aquel gesto electoralista. Un año después, y con las cifras acumuladas hasta el pasado 4 de agosto, la caída en el número de inmigrantes rescatados en nuestras costas llega al 40 por ciento. De 23.113 hemos pasado en doce meses a 13.717 subsaharianos, un recorte más que notable, reflejo del aterrizaje forzoso del Gobierno de Sánchez en las pistas del realismo.

Respaldado por la UE, el Ejecutivo socialista ha sabido implicar a Marruecos -previo pago, siguiendo el modelo turco de externalización de fronteras- en una política de control migratorio que también beneficia al país vecino. El efecto llamada provocado por Sánchez no solo puso en jaque a España, sino a Marruecos, tierra de paso y de hospedaje temporal de un éxodo del que a nuestras costas solo llega una pequeña parte y que amenaza la estabilidad de nuestro vecino del sur. Marruecos hace su parte del trabajo en el mar, ahora con el apoyo de una política fiable desde Madrid, mientras que en tierra firme las concertinas -otro símbolo de la lucha libertaria de la izquierda- siguen donde estaban, en las fronteras de nuestras ciudades autónomas. La rectificación de la política migratoria debería ser para Pedro Sánchez un ejemplo del coste del dogmatismo y de los gestos populistas. También en otros campos, tanto o más sensibles, falta responsabilidad y sobra propaganda.

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