Gabriel Albiac

Rule, britannia...

No, no lloréis por Londres, llorad, más bien, por nosotros

Gabriel Albiac
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Hay un problema en el abandono por el Reino Unido de la Unión Europea. Muy grave. ¿Para quién? Para la Unión Europea. No debiéramos engañarnos, en el continente, sobre lo que acaba de consumarse. Ni ceder a eufóricos entusiasmos, ni dejarnos llevar por soberbios enfados. El mundo ha cambiado en los dos primeros decenios del siglo XXI. Y lo que ayer se consumó no es sino el acta de que nada, en los que vienen, va a poder ser pensado bajo los paradigmas que nacieron tras la Segunda Guerra Mundial y tras el paréntesis, que soñamos infinito, de la guerra fría.

Europa no es ya una potencia. Ni volverá a serlo. No es ésta una lección nueva. Las dos guerras mundiales del siglo XX sellaron la constancia de la impotencia continental para imponer nada.

Ni aun su supervivencia. Y el resurgir económico de Europa, a partir de 1948, fue, en una muy buena parte, un espejismo.

El gran conflicto bélico que la Unión Soviética y los Estados Unidos desplegaban sobre toda la superficie del planeta daba un precioso regalo a los europeos. O, para ser precisos, a aquellos europeos que vivían al Oeste del muro de acero que fijó la frontera del mundo. La guerra, que llamamos cínicamente «fría», se ejercía, en primer lugar, sobre las poblaciones que el Imperio Soviético se anexionó tras la derrota del nazismo: la represión y la masacre golpearon cruelmente a cuantos trataron de objetar, en Varsovia como en Budapest, en Berlín como en la última aldea ucraniana. A lo largo de casi medio siglo, la guerra fría exterminó poblaciones mucho más amplias que la segunda mundial. En lejanos parajes, eso sí. Invisibles para nosotros. África, Latinoamérica, Asia… fueron, en diversos grados, masacradas. Nunca llegaremos a conocer, ni por aproximación, las cifras de ese exterminio.

A cambio, el continente europeo gozó de dos privilegios fantásticos. a) Ayudas económicas y ventajas comerciales más allá de lo hasta 1948 imaginable. b) Exención de los gastos militares: los Estados Unidos asumían en su totalidad la defensa de una Europa continental que, militarmente hablando, no hubiera resistido una semana a los tanques rusos; la defensa es cara, tanto más cuanto más moderna; sólo ahora, cuando sabemos el papel que el gasto bélico jugó en la bancarrota de la dictadura soviética, podemos atisbar hasta qué punto el extraordinario confort social del occidente europeo fue, en muy buena parte, financiado por el coste militar norteamericano. Y eso se acabó. Junto a la guerra fría.

Sólo la Gran Bretaña siguió su propio camino. Quizá porque sólo la Gran Bretaña había resistido militarmente a Hitler… Rule the waves… Y pagado su precio. Y venció su guerra. Cosa que ningún país de la UE puede decir. Sólo el Reino Unido, luego, entendió que sin ejército propio no hay libertad. Y sólo él supo poner las vidas de sus hombres al servicio de las grandes operaciones contra el yihadismo, de las cuales los países continentales se eximieron. Hoy, tres decenios después de terminada la guerra fría, la Unión Europea sigue careciendo de ejército. Y está, así, condenada a muerte.

No, no queramos convencernos de lo insostenible. Inglaterra no queda a la deriva de un aislamiento económico mortífero. Alza constancia, muy al contrario, de que el futuro económico y financiero del planeta se va a jugar entre Asia y los Estados Unidos. Y se dispone a ser el tercer pie del gran trípode estratégico. Con una UE convertida en gran parque temático para turistas.

No, no lloréis por Londres. Llorad, más bien, por nosotros. Lloremos.

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