El registrador

Que el expresidente vuelva a hacer lo que hacía a finales de los 80 me parece un gesto que dice mucho a su favor

Pedro García Cuartango

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Mariano Rajoy vuelve a ser desde ayer a las nueve de la mañana registrador de la propiedad en Santa Pola. Una foto atestigua el momento: le muestra con chaqueta y corbata, caminando por la acera en la villa alicantina. La prensa local especula con un posible traslado con toda su familia a su lugar de trabajo.

El expresidente ha mantenido la plaza durante una excedencia que ha durado 28 años, a lo largo de los cuales ha sido reemplazado por Francisco Riquelme. Él también es un afectado por la moción de censura. ¿Sabemos algo de este hombre? Poca cosa: que nació en un pueblo de Murcia, que fue compañero de oposición de Rajoy, que ambos mantienen una vieja amistad, que posee una empresa de cítricos, que tiene el pelo cano y que es un seguidor del Real Madrid.

Lo cierto es que me imagino a Rajoy a partir de ahora en sus rutinas de registrador, bostezando en un pequeño despacho, lleno de legajos. Y bajando a media mañana a una bar cercano para tomarse un café y charlar con el patrón de algún barco pesquero, porque Santa Pola es un pueblo marinero, conocido porque Santiago Bernabéu tenía allí una casita.

Dentro de un mes dejará de ser el presidente del PP, pero hasta entonces no le va a faltar entretenimiento al observar cómo se despedazan Cospedal, Soraya y Casado, los tres principales candidatos a sucederle. Sería curioso saber qué piensa y a quién prefiere, pero eso no lo va a decir jamás. Rajoy ha dejado de ser el personaje más poderoso de este país. Ya no tratará con jefes de Estado, banqueros y líderes políticos, sino con los campesinos y pescadores que requieran sus servicios. Dicho en su favor, es un caso único en la política porque ninguno de los expresidentes ha vuelto a ejercer un oficio, aunque sea tan bien pagado como el de registrador.

En una ocasión, Rajoy me enseñó el salón de los Consejos de Ministros y el sofá con el que se iba a sentar con Obama. Hoy el fantasma del antiguo inquilino de La Moncloa flota por aquellos parajes como el espectro errante de Azaña por el monasterio de Fresdelval.

Que el expresidente vuelva a hacer lo que hacía a finales de los 80 me parece un gesto que le humaniza y dice mucho a su favor, porque podía haber sesteado en el Consejo de Estado o fichado por un gran banco americano o por cualquier multinacional ávida de dirigentes con conexiones. Pero con todos sus errores y limitaciones, Rajoy ha sido siempre un hombre independiente.

Lo que resulta seguro es que, a diferencia de Churchill o De Gaulle, no volverá jamás a la política. Ni se le pasa por la cabeza, porque sabe que su tiempo está amortizado. Rajoy ha asumido que le faltan unos años para la jubilación y, entre tanto, debe mantener con su trabajo a su familia. Esto me parece una lección de lucidez y modestia. Cuando se ha llegado a lo máximo, lo más difícil es asumir que uno ya no es nada. Siempre he creído que se empieza a ser libre cuando se pierde todo y Rajoy se encuentra ya en esa situación. Que la disfrute.

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