EDITORIAL ABC

El Rey, portavoz de España

El prestigio personal del Rey es una credencial ante los foros internacionales, pero no puede suplir las carencias de una política exterior que depende de la existencia de un Gobierno con mandato pleno

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EN un contexto de política exterior afectada por la ausencia de un Gobierno en plenitud de facultades, la participación de Felipe VI en la Asamblea General de Naciones Unidas cobra una relevancia adicional a la de otros años. La situación política pasa factura en todos los órdenes. España tiene bloqueada la ratificación de sesenta tratados internacionales, las cumbres europeas sobre el Brexit se ventilan con Angela Merkel, Matteo Renzi y François Hollande, y hasta Jean-Claude Juncker advierte de que "si España falla, suspenderemos los fondos", todo un aviso de que empezamos a ser preocupantes para los socios europeos. Todo esto sucede mientras la Unión Europea se debate entre populismos emergentes y fracasos en políticas comunes, como la migratoria, con el terrorismo yihadista poniendo a prueba la cooperación de los gobiernos en materia de seguridad e inteligencia antiterrorista.

Precisamente, el tema central de la Asamblea General de Naciones Unidas ha sido la crisis migratoria que tiene su origen en los conflictos de Siria e Irak, con sus repercusiones en toda la región, y que se proyecta como un problema de carácter político, ético y legal sobre toda Europa. El Rey defendió un planteamiento de cooperación basado en la solidaridad de España con los que huyen de la guerra y el terrorismo, pidiendo a los refugiados su compromiso con los valores de las sociedades que los acogen. Tampoco olvidó la limitación de las respuestas "en la medida de nuestras capacidades".

El problema es grave, sin duda. Las migraciones procedentes de Siria e Irak, principalmente, están desestabilizando a la UE, poniendo en jaque su relación con Turquía y cuestionando el papel de la propia ONU, actor secundario en un escenario de crisis humanitarias convertido por las grandes potencias en un tablero de sus propias estrategias.

España debe estar presente en estos grandes debates con una diplomacia fuerte y unas iniciativas convincentes. El prestigio personal del Rey es una credencial ante los foros internacionales, donde se le escucha con la atención y el respeto ganados por la Corona con el ejercicio sensato y prudente de la Jefatura del Estado, pero no puede suplir las carencias de una política exterior que depende de la existencia de un Gobierno con mandato pleno. La crisis política desatada por el Brexit y por la presión migratoria se está ventilando con una participación testimonial de nuestro país que, además, puede volver a la sala de cuarentena económica si no es posible la investidura de Mariano Rajoy y el empecinamiento socialista nos conduce a unas terceras elecciones en diciembre.

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