Mayte Alcaraz

Una perita en dulce

Rajoy lo tiene fácil: el nivel de ayer en el Congreso no da ni para Barrio Sésamo

Mayte Alcaraz
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Deliciosa. Para el Gobierno, digo, la perita en dulce que disfruta cada miércoles cuando despacha en el Congreso con delegados universitarios ascendidos a una condición admirada hasta hace dos o tres años: sus señorías los representantes de la soberanía nacional. Ahora ser parlamentario -y ayer lo pudimos comprobar en toda su crudeza- se ha malbaratado tanto que algunos de los que todavía dignifican el Parlamento con su trabajo te confiesan que no saben qué es peor: si las paparruchas que escuchan de algunos de los jóvenes enviados de la nueva política o la cara de tonto que hay que poner cuando las oyen.

Recuerdo cuando Mariano Rajoy, en una charla con periodistas, me confesó con sorna que Pablo Iglesias le recordaba a los líderes doctrinarios de su facultad.

Mucho blablablá, pero poca sustancia. Ayer en el Pleno de control al Gobierno el ejército de muchachetes asamblearios (Iglesias, Errejón, Rufián...) se superó, secundado incomprensiblemente por Antonio Hernando, en puridad el portavoz del primer partido de la oposición, cuyo desmoronamiento intelectual y político parece más grave de lo que temíamos. Dicho sin acritud: si después de nueve meses de bloqueo político y una dolorosa abstención lo único que le inquieta al PSOE es la audiencia de TVE, apaga (y no La 1, señor Hernando) y vámonos.

Pero lo mejor estaba por llegar. Si en la España -Podemos dixit- de las desigualdades, de los señoritos y las criadas, de la hambruna en las calles, de la sanidad privatizada y de las pensiones sin hucha, resulta que lo que más le preocupa a Pablo Iglesias es la teoría de la división de poderes de Montesquieu y la obediencia de Rajoy a Merkel, esto promete. Y si a Rufián y su separatismo subvencionado por España lo que no les deja dormir es el IVA de los preservativos, y si el presidente se atreve -¡jopé, le he pillado!, debió de ufanarse en su escaño el más rufián de la clase- a pronunciar la palabra condón, el PP solo tiene una salida: reservar a su presidente y sus ministros para empresas más elevadas y nombrar una alineación de suplentes -de jefe de servicio para abajo- que disfruten con el chupilerendi ambiente que se ha adueñado del hemiciclo.

Aunque no les importe demasiado a los titiriteros de las Cortes, hay que colegir que se lo están poniendo muy fácil al Gobierno. Rajoy no se ha visto en otra desde que tuvo que debatir con Zapatero sobre las profundas raíces del concepto de España. Entonces tuvo que reciclar los pantalones cortos de sus hijos y recuperar tres o cuatro episodios de Barrio Sésamo para estar a la altura de su adversario. Ahora, el nivel ha descendido al jardín de infancia donde el tradicional «caca, culo, pis» se ha cambiado por el preservativo.

-Atrévase, lo puede decir, condón, preservativo...-, le comprometió a Rajoy el portavoz de ERC.

Y pensó: yo me mondo, me troncho y me parto. Él puede que sí, pero ni la Cataluña ni la España ni la Europa de este siglo están para reírse ni hacer burla al profe cuando se da la vuelta. Jo, qué rollo, dirá Rufián.

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