Así que pasen 20 años

Mi gran temor es que Borrell termine teniendo razón

José María Carrascal

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Ahora resulta que «si tenemos suerte, el problema catalán estará resuelto en veinte años». Pero Sr. Borrell , ¿cómo es posible que usted, todo un doctor ingeniero aeronáutico, diga eso? ¿Sabe acaso lo que será Cataluña, España, Europa, dentro de 20 años? Es posible que, en 2038, en Cataluña haya más mezquitas que iglesias, que España sea la confederación que pide Urkullu y que, en vez de una Europa Unida, tengamos cuatro, la mediterránea, la central, la del este y el resto. O ninguna. En realidad, lo que ha dicho usted es un remedo, no plagio, de lo que dijo Ortega, hace casi un siglo, sobre el problema catalán: que hay que aplicarle la «conllevancia», aguantarse mutuamente, como los matrimonios que no se aguantaban cuando no había divorcio.

Pero no nos pongamos tan pesimistas. La conllevancia hoy no se lleva, ni personal, ni nacionalmente, ahí está el Reino Unido dispuesto a abandonar la Unión Europea, y el problema catalán a punto de eclosionar, quiero decir de decantarse en un sentido u otro muy pronto, en meses, puede que semanas. Dependerá, en primer lugar, de lo que dure Sánchez en La Moncloa. A Sánchez le han hecho presidente, entre otros, los nacionalistas catalanes para que les facilite la independencia. Pero resulta que, aunque quisiera, no puede hacerlo, porque el resto de España, empezando por su propio partido, antes le echaría a él. Por otra parte, en el nacionalismo luchan dos facciones. Una de ellas es la pragmática, que se contentaría con la absolución de sus presos y una buena indemnización económica –convertir en perpetua su deuda con el Estado (54.382 millones de euros)– más 7.607 millones de «atrasos». Pero tampoco eso puede hacerlo sin que se le rebelen las demás CC.AA. Sólo cabe esperar que la sentencia de los encarcelados sea más benigna de lo que se teme y de que Sánchez se atreva a indultarles como pide ya su representante en Cataluña. En otro caso, a Torra y compañía sólo les quedaría echarse al monte y/o al exilio. De momento, no dicen palabra de «acción unilateral» ni de independencia, contentándose con amenazas, denuncias, lazos amarillos y reclamar negociaciones bilaterales con el Gobierno, que a su vez intenta ganar tiempo en espera de la oportunidad de convocar elecciones y ganarlas. Se necesitan tanto, o más, que se repelen.

¿Ha naufragado el plan secesionista, como asegura un bien documentado libro escrito desde uno de los torreones del nacionalismo tradicional? Mucho apunta que sí o, por lo menos, se repliega a sus cuarteles de invierno en espera de otra primavera. Pues hay distintas clases de nacionalismo catalán, y siendo como es un sentimiento, los más radicales se imponen. Mi gran temor, sin embargo, es que Borrell termine teniendo razón y que, dentro de 20 años, estemos todavía forcejeando con el problema catalán, quiero decir que no hayamos comprendido todavía qué es Cataluña , ni España ni la máxima del torero: «lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible».

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