Otra jornada de disparate

Se habla constantemente de democracia, pero no es democracia, sino su simulacro para imponer la voluntad de dos millones a siete y luego a más de cuarenta

Hughes .

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En algún momento de la mañana de ayer el destino humano, personal, de Puigdemont le tuvo que preocupar a cualquier persona sensible. Un señor atrapado entre la posibilidad de ir a la cárcel o decepcionar a las masas que lidera: el martirio o el repudio. En esas horas de dilaciones y chalaneos, si alguien le hubiese ofrecido a Puigdemont otra identidad y un pasadizo secreto hacia alguna isla remota, ¿no las hubiese aceptado?

En sus comprensibles dudas pudimos reconocer, por fin, algo razonable.

Pero no era dueño ya de sus decisiones. Los cuperos ponían su retrato del revés y el Palau de la Generalitat estaba rodeado por adolescentes. Una imagen impactante: niños presionando al presidente para culminar un golpe (y remito a la definición de Kelsen).

Los niños (y los funcionarios) pedían "mambo", pero las sesudas cabezas del viejo "pujoleo" ya reclamaban ir poniéndole fin al proceso. Entre la DUI y la desconexión hay un abismo de Dantes Fachines.

En lo de Cataluña se percibe la distorsión de valores fundamentales del liberalismo moderno.

Se habla constantemente de democracia, pero no es democracia, sino su simulacro para imponer la voluntad de dos millones a siete y luego a más de cuarenta. Bien se vio ayer la elitista oscuridad en que las decisiones se toman o se dejan de tomar.

Está también el tabú de la no violencia, convertida en lo absolutamente indeseable, como si la administración legítima de la fuerza no fuera fundamental para el orden social. El gobierno cayó en esto y por eso el 1-O fue una gran ineptitud.

Y luego el diálogo como forma de camuflar la negociación fuera de la ley. Se dice mucho lo de "siéntense", actualización "guay" del viejo grito de Tejero.

El abuso nacionalista de estos términos es una maniobra artera que también dice algo sobre el mundo actual. Son instituciones debilitadas por una palabrería disolvente.

Eso tenemos: conceptos del revés, una independencia sin alcance real, y una revolución instagramizada y juvenil, pagada por papá, cuando no directamente por el presupuesto.

Todo al borde de su sentido.

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