Lluvia ácida

Orgullo y prejuicio

Los indicios de corrupción ya existían cuando Cs se avino al matrimonio, ¿qué es lo que ha cambiado en ese sentido?

David Gistau

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La relación entre Rivera y Rajoy satisface los clichés de las novelas de Jane Austen, de las que no he leído ninguna, pero así las supongo. Sobre todo en lo referido a los matrimonios de conveniencia, los que aspiran a ampliar patrimonio o posición social, a parasitar un blasón con mayor raigambre, circunstancia que se ajusta a este Rivera que hizo en Madrid una entrada de Julien Sorel, pues a Stendhal sí lo hemos leído en casa e incluso le profesamos un afecto como de pariente lejano con el que no se puede viajar a hacer turismo porque le da un soponcio en todos los monumentos.

Observemos las fases de la relación y podremos inferir que Cs es el personaje femenino en el cortejo de un viejo terrateniente venido a menos que ve peligrar su hacienda y que tiene un grave problema que en sociedad lo hace vulnerable al chantaje: un pasado. Durante el bloqueo, Rajoy necesitaba la coyunda con la linda damisela. Pero ésta, consciente de su ventaja táctica, decidió ponérselo difícil al galán con negativas terribles. ¡Nunca! iba a ser Rajoy el artífice de la regeneración española. ¡Nunca! iba a ser Rajoy presidente si Cs podía evitarlo. Léanme los labios, decían, ¡Nunca!, ¡Nunca!, ¡Nunca! Girauta lo dijo tantas veces que con sus «¡Nuncas!», apilados en el exterior del Bernabéu, sería posible alcanzar una altura desde la cual ver gratis el fútbol. Suponiendo que alguien quiera ver a este Madrí incluso gratis.

Después de los nunca, nunca, nunca, la novela de Austen haría lo que en cine se llama fundido en negro y la escena siguiente arrancaría con la pareja, entre tañidos de campana, saliendo de la iglesia ya casada. Sin amor, porque se trata de eso que el National Geographic llaman «relaciones simbióticas», de las cuales, por cierto, la que más me gusta en el Serengeti es la de los pájaros que hacen limpiezas bucales a los hipopótamos. No puedo dejar de mirarlos, los hipopótamos acuden como si hubieran pedido cita en el dentista y abren la bocaza.

El matrimonio duró poco, ooohhhhhh, suspiran los románticos, porque nuestro Sorel intuyó que ya estaba preparado para superar al carcamal y dar el siguiente salto en esa irresistible ascensión social que le ha permitido entenderse con todos los personajes cenaculares de la ciudad por más contradictorios que fueran entre ellos. Últimamente, hasta le huele la camisa a Pablo Iglesias. Pero había que justificar la ruptura. Ah, ¿y cómo? ¿Con la corrupción? Pero hombre, los indicios de corrupción ya existían cuando Cs se avino al matrimonio, ¿qué es lo que ha cambiado en ese sentido? ¿De repente, en la cotidianidad matrimonial, ha descubierto usted que Rajoy hace un ruido molesto al sorber la sopa? ¿La vieja excusa de que el corrupto Rajoy era un mal menor necesario para asegurar la estabilidad de la patria ya no vale porque ahora la inestabilidad es aceptable con tal de sacar el provecho electoral prometido por las encuestas? Estas cosas pasan cuando no hay amor.

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