Una milonga

Sánchez descubre lo sabido: no se puede dialogar con un frontón

Luis Ventoso

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Cuando en 1981 se produjo el ataque de Tejero y sus cómplices contra la legalidad y la democracia españolas no hubo discrepancias: todos los partidos lo consideraron un acto golpista, merecedor del encarcelamiento inmediato de sus promotores. Por su puesto la misma unanimidad imperó entre los comentaristas. Ningún opinólogo dio cuartelillo a los golpistas. Lo que ocurría es que en aquella sociedad imperaba el consenso sobre la n ecesidad de defender los pilares constitucionales de la flamante democracia española, que han funcionado estupendamente (a pesar de que el actual partido comunista, ese de niños bien de chalet serrano, los cuestiona de manera resentida e ignara).

En 2012, Artur Mas, con serios problemas domésticos debido al gasto alocado de la Administración catalana, inicia una huida hacia adelante. Aunque jamás había sido separatista, lanza desde la Generalitat una campaña hacia la independencia sufragada con fondos públicos, el hoy celebérrimo, provinciano e insufrible «procés» . Lo hizo por dos motivos: para camuflar con un velo sentimental su incompetencia en la gestión, y porque sabía que el malestar por la resaca de la crisis económica era intensísimo y aportaría adeptos a su causa.

Mas y sus acólitos lanzan un golpe de Estado, pero lo van haciendo a cámara lenta. La consecuencia es que a diferencia de la ágil reacción que cercenó de cuajo la asonada de Tejero, esta vez la sociedad, los jueces y los partidos españoles remolonean. No parecen conscientes de que está en marcha una embestida frontal contra la legalidad constitucional y la unidad de la nación. Ante la escalada de Mas se registran dos reacciones. La del Gobierno de Rajoy es la pasividad: esperar a que todo reviente para actuar. La de la izquierda y sus medios es todavía peor: proponen palanganear con los golpistas , en lugar de frenarlos, para lo que se aferran a una balsámica palabra, «diálogo».

En 2016 y comienzos de 2017, cuando hasta un ciego veía venir la traca final del golpe, el PSOE y sus medios afines seguían sosteniendo que la mitad de la culpa en la crisis separatista era del nefando Rajoy, que «se niega a abrir un diálogo , cuando un problema político debe tener una solución política». Lo falaz de esa tesis se percibió cuando hasta el PSOE se vio obligado a sumarse al 155 para parar el golpe de Junqueras y Puigdemont. Pero el entreguismo de la izquierda ante el golpismo aún nos reservaba otro capítulo: Sánchez. Primero cometió la infamia de apoyarse en los votos de los enemigos de España para ocupar el poder. Después, ya en La Moncloa, abrió un diálogo imposible, que ha acabado en desorden y amenazas crecientes, pues se vuelve a repetir lo evidente: no se puede hablar con un frontón.

Si la sociedad española, sus partidos y sus líderes de opinión cerrasen filas contra los separatistas, si la izquierda no hubiese incurrido en la felonía de darles oxígeno , el problema del independentismo estaría ya en vías de solución, o muy mermado. Ese es el imperdonable legado del PSOE de Sánchez y Podemos, que con sus milongas pamplineras se han convertido en los mejores aliados de los peores enemigos de su país.

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