Manifestaciones de nuestra decadencia

Ya no pedimos a los demás que cumplan con los derechos que nos exigimos a nosotros mismos

Ramón Pérez-Maura

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Vivimos en lo que el sociólogo canadiense Marshall McLuhan llamó la «Aldea Global»: todos podemos tener un conocimiento casi inmediato de lo que ocurre en cualquier lugar del planeta. La crisis catalana ha tenido una consecuencia sorprendente para muchos al ver cómo la Generalidad secesionista había invertido millones en una labor de relaciones públicas que le había granjeado simpatías en países como Alemania. Tantas que es ahora el Gobierno de la nación quien está haciendo ese mismo tipo de inversión.

Pero precisamente por estar inmersos en una «Aldea Global» conviene ser capaces de mirar un poco más allá. Sólo el 45 por ciento de los Estados soberanos del mundo son asimilables a lo que llamamos democracias liberales. Y esos Estados sólo acogen al 39 por ciento de la población del planeta. Vivimos en un tiempo en que la democracia parece en regresión y el nuevo autoritarismo está al alza. Tres personalidades lo ejemplifican muy bien: Vladímir Putin, Xi Yinping y Recep Tayip Erdogan. Los tres encabezan regímenes formalmente distintos, pero con muchas concomitancias en las formas. Y en todos ellos hay un creciente desprecio por la democracia liberal occidental a la que ven como una manifestación evidente de decadencia. Cuando uno explica en Pekín lo que está ocurriendo en Cataluña, te miran con asombro y antes o después te preguntan que por qué no se acaba militarmente con los secesionistas -como si fuera el Tíbet-. Cuando explicas en Moscú que en España un juez de la Audiencia Nacional ha archivado la denuncia policial contra una joven que quemó de fotos del Rey en Gerona al considerar que no cometió un delito de injurias a la Corona porque era un acto enmarcado en el derecho a la libertad de expresión, te miran con incredulidad. Cuando le explicas a un turco que en España el nacionalismo vasco sigue sacando inmensos beneficios de su pequeña representación parlamentaria, con la amenaza siempre latente de avanzar hacia posiciones secesionistas, te explican lo que ellos hacen en el Kurdistán. Y si intentas contestar que esas formas no son aceptables, rápidamente te recuerdan que en una democracia europea ejemplar cual es la República Federal de Alemania, los partidos secesionistas están prohibidos.

Lógicamente, la pregunta que debe hacerse es si preferiríamos vivir en un régimen como cualquiera de los citados: Rusia, China o Turquía. Y yo no cambio la democracia española por ninguno de ellos. Pero lo cierto es que la defensa de la democracia mediante la aplicación del Estado de Derecho, en lugar de mediante el uso de la fuerza, cada vez produce unos resultados más pobres. Y lo que es peor, más contradictorios. Mientras en Occidente nuestras democracias tienen la debilidad que se deriva de una defensa radical de la igualdad de derechos de toda la ciudadanía, nadie se atreve a hacer la más mínima recriminación a cualquiera de los tres países citados por las flagrantes violaciones de los derechos humanos que se dan en algunos casos. Un régimen como el de Pekín, carente de toda libertad política, es hoy el interlocutor privilegiado de las democracias occidentales, que acuden en busca de ayuda financiera del régimen comunista, devenido capitalista salvaje, o van allí a invertir, sin jamás hacer la más mínima referencia al respeto a los Derechos Humanos. La decadencia de nuestras democracias se manifiesta en que ya no pedimos a los demás que cumplan lo que nos exigimos a nosotros mismos.

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