Los malos de la película

La inquina del PP no se concentra en un PNV traidor, sino en el único grupo que votó contra este Frankenstein monstruoso

Isabel San Sebastián

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Hay un refrán español de aplicación milimétrica a lo sucedido estos días: «Guárdeme Dios de mis amigos, que de mis enemigos ya me guardo yo.» ¿Quiénes son aquí los amigos y quiénes los enemigos? Ésa es la cuestión que conviene dilucidar.

Si la línea divisoria fuese España, tendríamos a un lado de la raya un frente amplio integrado por los tres partidos con representación parlamentaria que teóricamente la vertebran: PP, PSOE y Ciudadanos. En el campo opuesto se situarían los separatistas de PDECat, ERC, PNV y por supuesto Bildu. Y en tierra de nadie, con un pie en cada territorio, Podemos, sus mareas, confluencias y demás movimientos de corte populista.

Si pusiéramos la frontera en la defensa de la Constitución, el escenario resultante sería muy similar, con la salvedad de que Podemos se colocaría abiertamente en el bando de los empeñados en dinamitarla. Es decir, junto a los independentistas.

Si trazáramos un eje vertical basado en criterios ideológicos clásicos, a la derecha del mismo estarían PP, PNV y una mayoría del PDECat. A la izquierda se alinearían PSOE, Podemos, ERC y Bildu. El centro sería ocupado en solitario por Ciudadanos, nacido con vocación de actuar como bisagra nacional (no nacionalista) en caso de necesidad.

Si nos atuviésemos a la ética, los herederos de ETA y los golpistas deberían ser repudiados sin más.

Lo cierto es que el resultado de la moción de censura muestra una fotografía ajena a cualquiera de estas divisiones, lo que es tanto como decir carente de fundamento político lógico. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que en todos los casos, aunque en unos más que en otros, los interses personales y/o de partido han prevalecido abrumadoramente sobre el interés general, la coherencia y la lealtad a los principios.

Pedro Sánchez ha conseguido su sueño de llegar a La Moncloa cabalgando un tigre de dientes de sable que no tardará en clavarle los colmillos. Aupado nuevamente al liderazgo del socialismo por el voto radical de la militancia, tras sucesivos fracasos electorales, ha secuestrado el legado histórico de su formación para satisfacer una ambición desmedida. Entra en el gobierno sin merecerlo, por la puerta de atrás, a lomos de fuerzas dudosamente democráticas que no creen ni en el marco constitucional, ni en el Estado de Derecho, ni en España. El poder lo ha corrompido antes incluso de alcanzarlo. Ahora tendrá que lidiar con el monstruo que él mismo ha crado, aunque sabrá explotar la ventaja que otorga el control del BOE. Ser ambicioso o carecer de escrúpulos no equivale en absoluto a ser tonto.

Mariano Rajoy ha sido desalojado violentamente de la Presidencia por los mismos a quienes la víspera llamaba «socios fiables»: los diputados peneuvistas que dos días antes le habían aprobado los presupuestos, previo pago del correspondiente chantaje. Ellos inclinaron en su contra la balanza de la moción presentada por Sánchez; no Albert Rivera. Los electos de Ciudadanos respaldaron la continuidad del censurado. Pese a lo cual, a día de hoy, la inquina rabiosa del PP, sus ataques, su odio, no se concentran en ese PNV traidor, sino en el único grupo importante que dijo «no», como ellos, a un Frankenstein monstruoso. El partido que comparte buena parte de su ideario, carece de corrupción en sus filas y por tanto les quita votos.

Ignoro si todo ha sido fruto de una carambola o estaba meticulosamente planeado con el propósito de salvar los muebles del bipartidismo. Lo seguro es que la víctima se llama una vez más España.

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