Editorial ABC

Maduro, retrato de un dictador

El ataque de fanáticos chavistas contra la Asamblea Nacional venezolana ha sido la concreción de aquella amenaza explícita de usar la violencia

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Nicolás Maduro lo había advertido con todas las letras: «Si no tenemos los votos, usaremos las armas», y así ha sido. El ataque de fanáticos chavistas contra la Asamblea Nacional venezolana ha sido la concreción de aquella amenaza explícita de usar la violencia contra los que no se sometan a la dictadura que representa el régimen chavista.

Se trata del enésimo escalón en el doloroso descenso a los infiernos con que Maduro se empeña en hacer sufrir a los venezolanos: ha destrozado la economía, ha desintegrado las instituciones, ha acabado con la libertad de expresión, ha deshecho la legalidad para dar paso al periodo más infame de corrupción de la historia del país -y ha tenido algunos realmente notables a lo largo de su historia- y ahora hace lo posible por elevar la crispación y desencadenar un conflicto abierto en la sociedad venezolana.

No se trata de una guerra civil, que necesitaría la existencia de dos bandos enfrentados, sino de un Gobierno deslegitimado por sus propias acciones, pero que todavía maneja los resortes de la fuerza e intenta aniquilar a los que no comparten sus estrafalarias ideas. Aniquilarlos con todas las letras, es decir, físicamente. Casi un centenar de muertos por la represión son ya demasiados y revelan claramente cuál es el coste que supone alargar la agonía política de un dictador, condenado por la comunidad internacional, que es a todas luces incapaz de gestionar razonablemente sus obligaciones.

El chavismo está muerto y el «madurismo» es una farsa de mal gusto que no puede prevalecer, porque no hay país que resista semejante dislate. Los verdaderos patriotas venezolanos deberían hacer todo lo que esté en sus manos para acortar esta tortura y evitar males mayores.

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